OPINION

Las emociones dirigen nuestra atención

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Durante buena parte de la historia de la investigación psicológica se ha considerado a las emociones como una distracción, una suerte de ruido estadístico en el estudio de los procesos cognitivos. Sin embargo, desde hace poco más de veinte años un puñado de investigadores decidieron adentrarse en el apasionante (irritante/amoroso/amenazante) mundo de las emociones. “Hoy, el estudio de las emociones está de moda, así que hay que pegarse para lograr que te financien”, cuenta Luis Carretié, uno de los pioneros de la investigación de las emociones en España.

Carretié, profesor de neurociencia en la Universidad Autónoma de Madrid, pone un ejemplo gráfico de cómo las emociones pueden condicionar nuestra percepción: “cuando confundimos en el campo una rama con una serpiente nuestra reacción es saltar. Es más importante la velocidad que la precisión: mejor equivocarte rápido y evitar un peligro potencial que acertar demasiado tarde”. La emoción del ejemplo es el miedo: la parte más primitiva de nuestro cerebro identifica en milisegundos la serpiente (o la rama que se le parece) como una amenaza y, en milisegundos, envía al sistema nervioso la orden de huida.

El individuo capaz de detectar rápidamente un peligro tiene más posibilidades de sobrevivir y transmitir a su progenie, por ejemplo, la visión periférica, allí donde la visión es más imprecisa y borrosa. En consecuencia, tiene sentido evolutivo que una emoción primaria –en este caso, el miedo, pero también el amor o el hambre- condicionen nuestra percepción.

En esencia, existen dos tipos de atención –según Carretié-: la endógena (cuando, por ejemplo, leemos un libro) y la exógena, que está condicionada por un estímulo externo. Los estímulos potencialmente distractores son innumerables pero nuestro cerebro tiene un “detector de relevancia”, que detecta si el estímulo externo merece nuestra atención o no (podemos ignorar una hormiga pero seguramente reaccionaremos si se trata de una araña). Si no se supera un cierto “umbral de atención” hay “ceguera a las distracciones”, explica Carretié. Por tanto, seguimos leyendo el libro, concentrados en la atención endógena.

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Un ejemplo bien conocido de la ceguera al cambio es el experimento del “gorila invisible”, diseñado por los psicólogos Christopher Chabris y Daniel Simons. Mientras la atención del espectador está centrada en una tarea (contar los pases de un balón de baloncesto) el cerebro es incapaz de apercibirse de que un gorila karateka atraviesa la escena. “No se pueden detectar cambios muy pronunciados si éstos no están asociados con el foco de atención”, explica Carretié.

Son dos las partes del cerebro que determinan la relevancia del estímulo: la corteza prefrontal y la amígdala. La respuesta de este sistema es extremadamente rápida (100-150 milisegundos), un tiempo menor aún cuando el estímulo es emocional: miedo, comida, sexo…

Luis Carretié inauguró con la charla “Las emociones dirigen nuestra atención” las Jornadas del Ciclo Neurociencia Cognitiva, que organiza el Instituto Carlos III de Evolución y Comportamiento Humanos y el Instituto Tomás Pascual.

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