OPINION

La breve y truculenta trayectoria como adivino del hijo de Nostradamus: la profecía que le costó la vida

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Miguel de Nostradamus (1503-1566), tuvo éxito en vida como médico (fue pionero en establecer medidas profilácticas para luchar contra la peste negra) y como astrólogo: entre los destinatarios de sus famosas profecías estaban reyes europeos como Catalina de Médici, Carlos IX o Enrique II, cuya muerte predijo. Fue después de su muerte y hasta nuestros días cuando sus centurias se han convertido en un suculento negocio en el que se mezcla la superstición y la imaginación de quienes lo interpretan, unido a la escritura críptica del profeta, término que, por cierto, no aceptaba para sí.

Peor suerte tuvo su hijo, André de Nostradamus, que heredó de su padre la querencia por anticipar su futuro pero ni su talento ni su fama. Nostradamus, el Joven, como era conocido, publicó poco después del fallecimiento de su progenitor un almanaque de predicciones para 1568. Desdichadamente no dio pie con bola, así que su obra pasó sin pena ni gloria y su condición de augur, desacreditada.

A la desesperada André profetizó en 1574 el incendio de la villa del caballero d'Espinay-Saint-Luc en Puzin, "sitiada a la sazón por las tropas reales", según relata Gregorio Doval en su magna obra "El libro de los hechos insólitos". Dado que el incendio no se producía y el plazo de su predicción empezaba a agotarse, el propio André prendió fuego a la casa del noble. Lo que no supo adivinar el joven Nostradamus (y ahí radica su inoperancia para el empleo) es que d'Espinay iba a pillarle in fraganti y que, presa de una comprensible indignación, procedería a darle matarile allí mismo, "pisoteándolo con su caballo".

Visto en "El libro de los hechos insólitos".

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