OPINION

Esnifar estiércol, una distinguida costumbre entre las damas francesas

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En el siglo XVIII las damas francesas esnifaban un polvillo llamado "poudrette", como si se tratara de rapé (tabaco en polvo). En realidad era una mezcla de heces humanas, carbón y yeso que, presuntamente, tenía propiedades terapéuticas y estimulantes, según cuenta Martin Monestier en "Historie et bizarreries sociales des excrements" y recoge Rose George en "La mayor necesidad", una concienzuda investigación de las cloacas del mundo.

La aguerrida periodista enumera algunos de los estrambóticos usos que se le ha dado históricamente a las heces humanas. He aquí algunos: "pueden convertirse en ladrillos, carreteras o joyas (...) Hasta hace no demasiado, los médicos consideraban los análisis de heces un instrumento imprescindible a la hora de emitir un diagnóstico".

Pero hay más. La mierda humana no sólo servía para realizar el diagnóstico sino también como medicina, entrando de lleno en el terreno de la coprofagia. Según escribe George, "los pacientes podían comérselo, bebérselo o untárselo generosamente por el cuerpo. Martín Lutero era uno de los convencidos de estas bondades terapéuticas: al parecer ingería una cuchara diaria de sus propias heces (...)".

¿Más material para tus perversiones escatológicas? ¿Qué tal el trasplante fecal? El Clostridium difficile es un patógeno tan resistente a los antibióticos que se le conoce como el "supermicrobio". En los casos más agudos, describe Rose George, "los médicos pueden llegar a recetar un enema -mezclado con leche o una solución salina- de las heces de un pariente cercano, cuyas bacterias, por alguna razón, aniquilan de manera espectacular al supermicrobio (nueve de cada diez receptores de transfusiones fecales se curan)".

Para ilustrar esta poco habitual práctica médica, la escritora recoge el testimonio de una abuela de 88 años que se curó tras recibir una transfusión de caca de su propia hija: "No es diferente de una transfusión de sangre. Tampoco es que te lo sirvan en un plato y tengas que comértelo". Siempre y cuando no seas Martín Lutero, claro.

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