OPINION

De la antropomorfización histérica y el trastorno de conversión o por qué nos gusta ponerle ropa a los monos

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El hombre (y la mujer) siempre ha anhelado dos cosas: dominar los vegetales con la mente y ponerle chalecos al reino animal. Desde los primitivos y feroces seres unicelulares hasta manadas enteras de abejarucos, ninguna especie del planeta se ha podido sustraer a esta obsesión que domina nuestro pensamiento desde que convivíamos con los dinosuarios, borrando generaciones enteras. Corbatas diminutas, sombreros de paja, patines, bicicletas, lazos, pipas, manoplas  y otros complementos han sido administrados a toda clase de especies para saciar este perverso instinto que nos tiraniza y que puede llegar a aniquilarnos.

¿Por qué millones de osos, orangutanes, mangostas y anguilas eléctricas son engalanados a diario para nuestra diversión? ¿Cuándo cesará tan aberrante comporamiento?  Solo algunos ejemplares se libran de esta reprobable conducta, como Pixie, Dixie y el señor Jinks donde dos de los personajes evitan el chalequín y portan apenas una pajarita. Pero esto, ¡ay! es, como decimos, una excepción. Espinete, el Pato Donald, el Oso Yogui, el Ratón Mickey, Bubbles, Winnie the Pooh, Joselito... no hay criatura que no nos haya hecho reír a nuestro pesar con sus torpes andares y su interpuesta y vicaria indumentaria cuasi humana.

¿Por qué nos resulta esta monstruosa deformación contranaturae tan chocante? ¿Y, sobre todo, por qué a los bichos no se les pone casi nunca unos pantalones? El doctor Everton F. Ambrosius trata de aclarar algunas sombras:

"Como en todos los trastornos de conversión, esta irreprimible tendencia a vestir monos con traje de vaquero se manifiesta en el paciente en forma de risa nerviosa, ruptura prácticamente completa con la realidad y delirios hilarantes. El enfermo trata así de organizar de forma inconsciente su neurosis y dominar la salida psíquica a deseos inconfesables y pulsiones fuertemente reprimidas en la infancia. También se observan movimientos involuntarios de la pupila y relajación prolongada de la mandíbula acompañada habitualmente de comentarios inconexos. En frenología denominamos a este conjunto de comportamientos como 'Síndrome del Siesquemiraquégraciosoestá'. En cierta ocasión tuvimos que reducir a uno de nuestros pacientes entre seis personas para despojarle de un pequeño terno a cuadros escoceses de tres piezas que se empeñaba en colocarle prácticamente a diario a su aterrorizado hámster".

El doctor Ambrosius pone, en efecto, el cascabel (y una chaquetita de raya diplomática) al gato. Desde la infancia nos vemos obligados por nuestro entorno social (de formas a veces brutales) a señalar con el dedo a fieras disfrazadas ora de cantante de ópera ora de gaucho solo para ser aceptados. Para encajar. Estas pautas y pulsiones se salen fácilmente de su cauce sin una apropiada y restrictiva educación:

"El paciente Adolphas N. Bastian comenzó desde muy tierna edad a vestir cerillas; no siendo suficientemente vigilado su anormal comportamiento se autocomplacía, a escondidas de familia, condiscípulos y profesorado, embutiendo en ropa de bebé a objetos cada vez más grandes como su abuela materna, varias consolas y escritorios o el edificio de Correos de Aschenburgo. Excitado pero insatisfecho con los resultados, ataviar animales con abotonadura completa era sólo cuestión de tiempo".

Recuérdenlo amigos: no se debe vestir a los animales más que para ocasiones señaladas como puedan ser su entierro, graduación u ordenación sacerdotal. Ceder a la presión ambiental y colocar un abriguito al perro puede parecer inofensivo a priori pero desencadena a la larga una violenta escalada de cartucheras, pistolas de plástico y tirantes de la que ya no se retorna.

Ernesto Rodera es antropólogo contemporáneo y puedes seguirle en Twitter en @ErnestoRodera

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