OPINION

La pantomima de 'Sálvame'

El pasado viernes, Sálvame Deluxe logró su segundo máximo histórico de audiencia del verano con un 17.6 por ciento de share y 1.575.000 espectadores. El público eligió esta opción frente a una película de La 1, El asesino, y una reposición del concurso Avanti, con Carlos Sobera en Antena3.

Ganó el morbo de la nueva trama estrella de Sálvame: la supuesta separación matrimonial de la colaboradora del programa Rosa Benito (famosa por ser cuñada y peluquera de Rocío Jurado antes de convertirse en flamante ganadora del Supervivientes más exitoso y mejor realizado a nivel televisivo). Benito, a su vez, fue supuestamente despedida de Sálvame hace un mes, tras agarrar del cuello de la camisa al chófer de "La más grande" en lo que se consideró un intento de agresión en pleno plató. Nótese que en este espacio todo debe ir precedido de un "supuestamente"...

Sálvame ha cambiado mucho desde que arrancó hace tres años. Lo que comenzó siendo un programa entretenido que se reía sanamente del mundo del corazón y del reality a través de colaboradores surrealistas domados por la atinada rapidez de reflejos de Jorge Javier Vázquez, ha terminado siendo una turbia fábrica de conflictos que consigue que recordemos Aquí hay tomate o A tu lado como inocentes entretenimientos del pasado. Sálvame vende humo, no le importa engañar al espectador y, además, ha cambiado el negocio del universo rosa en televisión. Ya apenas hay famosos que importen: los famosos son los cuatro colaboradores de turno atrapados en el Estudio 1 de Telecinco.

Y es que Sálvame casi ha dejado de buscar en la calle a invitados a los que pagar cachés para que cuenten su historia. Ahora, directamente, provocan que todo el conflicto suceda entre los propios colaboradores del show y dentro de la misma cadena. El negocio perfecto, pues el mismo canal exprime a sus tertulianos y sus tertulianos se ven obligados a dejarse exprimir para poder seguir en nómina de la cadena.

De esta forma, se logra rellenar muchas horas de televisión a un coste muy ajustado. Sálvame es el programa hecho reality, un reality donde lo que menos importa es la verdad. 24 horas de televisión a la semana con sus múltiples tramas para enganchar a la audiencia. Así, últimamente, a los colaboradores de este espacio les ocurre de todo. Y todo lo airean en plató. El Deluxe de este viernes fue un clarísimo ejemplo: de sus cuatro horas y media de duración, llenaron el programa con entrevistas a tres de sus colaboradores, Rosa Benito, Chelo García Cortés y Jimmy Giménez-Arnau, cada uno con su conflicto de la semana.

Pero nada es fruto de la casualidad en Sálvame. Se guionizan hasta los roles que asume cada colaborador en las tramas del programa: tú te metes con menganito, tú le apoyas y das credibilidad y tú dices que todo es un montaje para así conectar con los espectadores escépticos. Ellos se lo guisan, ellos se lo comen. Todo está atado, bien atado dentro de la enorme pantomima diaria.

A los directores del programa de Telecinco parece darles igual cruzar la fina línea que separa lo decente de lo indecente. Esa es, quizá, la principal diferencia que les separa de algunos de sus formatos precursores, como Crónicas Marcianas, que siempre fue una fiesta televisada con mucho instinto del espectáculo catódico, o Día a día con María Teresa Campos, que consumaba una adictiva radiografía de la actualidad informativa, social y rosa, pensando en el interés televisivo, pero no a cualquier precio.

La productora La Fábrica de la Tele sabe perpretrar Sálvame a la perfección, sin bajar la guardia, ni los porcentajes de share. Son maestros en crear al dedillo este tipo de contenidos en televisión. Y pasan los meses y, cuando parece que la fórmula se desgasta por repetición, reinventan una ruptura gritona y una parte del público se queda hipnotizado. Es el corazón low cost que lidera audiencias en 2012, pero que también marca la imagen de un canal que ha sido pionero en entretenimiento de calidad en nuestro país. Lo de ahora responde a una estrategia redonda y barata para amortizar beneficios, sí, para hacer caja, sí, para crear discusiones, sí, para volver locos a colaboradores, también.

Al final, una cadena comercial, que es una concesión pública, ensalza a unos señores cuyo único y discutible mérito es mantener engrasada la maquinaria de las rabiosas polémicas. Pretender que quien está viendo la tele se evada de sus problemas es loable, pero siempre tratando con un mínimo de respeto al espectador. Sálvame es una falacia retransmitida, una bomba entre las páginas de cualquier código deontológico, una realidad que contiene tanta ficción como Tierra de lobos y Hospital central juntas.

El término telebasura empieza a quedarse corto en los tiempos que corren. Hay que inventar uno nuevo. O, simplemente, colocar un rótulo en la esquina de la pantalla que deje claro que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

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