OPINION

La fortaleza frágil de Pilar Miró

PILAR MIRO TVE
PILAR MIRO TVE

Era un domingo de octubre de 1997. Pilar Miró fallecía en su domicilio madrileño a los 57 años. A su lado estaba su hijo, Gonzalo. Sólo habían pasado unos días de su último trabajo: el enlace entre la Infanta Cristina e Iñaki Urdangarin en Barcelona.

15 años después de aquella magistral retransmisión "real" de TVE, nuestro cine y nuestra televisión han evolucionado, avanzado, crecido, pero nunca se han olvidado de la ruda sensibilidad de Miró. Y es que Pilar, haciendo honor a su nombre, fue un pilar clave en la cultura cinematográfica y televisiva del Siglo XX: la cultura que arriesgaba, daba triples saltos mortales sin red, no se quedaba en lo preconcebido y no temía incluso equivocarse para avanzar, para crecer.

Todo arrancó en 1962, cuando Miró se plantó en los aún artesanales estudios de TVE en el Paseo de la Habana. Allí, con su perseverancia ingenua, comenzó carrera en la televisión pública. En Televisión Española tocó todos los palos: fue auxiliar de redacción, meritoria, redactora, puso rótulos, ayudante de realización... Estuvo detrás de informativos, concursos, religiosos, musicales. Cientos de programas en directo hasta que llegó a la ficción, dirigiendo centenares de dramáticos. Su talento pudo con un mundo aún exclusivo de hombres.

Su conocimiento de la emisora estatal fue fundamental para la toma de posesión como Directora General de RTVE en 1986, tras ser Directora General de Cinematografía. Pilar Miró se puso al mando de TVE para preparar a la pública ante la llegada de las cadenas privadas. No escatimó esfuerzos para cimentar una empresa competitiva: desarolló la programación matinal, apostó por grandes producciones propias como El Quijote o El Lute, rehabilitó los Estudios Buñuel, potenció el entretenimiento con Gurruchaga, Martes y Trece o El Precio Justo e intentó dar independencia a los Telediarios. Todo un atrevimiento...

Los ochenta era una época en la que se valoraba más la experiencia de fondo en la pequeña pantalla para capitanear Televisión Española. Una televisión que hacía televisión: creativa, atrevida y hasta lograba ser transgresora. Los profesionales que trabajaban en aquella época en TVE sentencian que bajo el mandato de Pilar Miró había barra libre de ideas. De hecho, Miró sólo pedía a los trabajadores que no tocaran al Ejército, la Casa Real y la Constitución. En el resto de temas, libertad creativa plena.

De esta forma, hasta el propio Presidente del Gobierno, Felipe González, no se salvó de ser parodiado por un recordado enano perturbadoramente clónico. Tampoco la mismísmisima Pilar se libró de ser caricaturizada en el show de Gurruchaga, Viaje con Nosotros. Su propia cadena de televisión se reía de las graves acusaciones de malversación de fondos que intentaban acabar con su mandato:

http://www.youtube.com/watch?v=7bOHHkaYsK0[embed]

Y es que esa libertad televisiva y televisada que promovió Miró no gustó a muchos, ni de un lado ni de otro, y se consumó una trama para fulminar su nombre de la dirección del ENTE. Hoy, 15 años después de su muerte, olvidadas están aquellas interesadas acusaciones de fraude de fondos públicos por la compra de vestuario, juicio del que fue absuelta. Aunque, eso sí, sufrió la condena paralela del circo mediático de la prensa de la época.

Tras el huracán, Miró regresó de lleno al cine. Entre sus películas más redondas destaca El perro del Hortelano: la obra de Lope de Vega en verso. Una vez más, la visión de Pilar Miró osaba en provocar a la industria, ¡En verso!. Pocos creyeron en este proyecto. Pero se equivocaban, fue un rotundo éxito. El público se reía, el público se emocionaba. Al final, el filme conquistó siete Goyas. El más conmovedor: el de Mejor Directora, que la realizadora recogió con su habitual fuerza que sabía donde estaba situada la cámara con el piloto rojo encendido. No obstante, ella fue la directora de esta ceremonia de entrega de los premios de la Academia de Cine. Y, claro, supo mirar a la audiencia, directamente a los ojos, con una contundencia de media sonrisa que, en realidad, buscaba enternecida agradecer el Goya a su hijo:

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Pilar Miró, una intensa trayectoria que superó censuras, prejuicios, zancadillas y hasta un peliagudo procesamiento militar por el filme El crimen de Cuenca a finales de los setenta. Vida cargada de luchas y logros profesionales, que coronó, en los últimos años, con los enlaces reales. Ahí, Miró supo fusionar su conocimiento del cine con su oficio televisivo. Supo jugar con la intangible magia de la televisión. Ese era el secreto que, quizá, hoy se echa en falta en tantos directivos de cadenas públicas sin experiencia real en el día a día del funcionamiento abstracto de las entrañas de la pequeña pantalla. En esas entrañas, Pilar Miró se movía ágil, astuta, tenaz, utópica, impetuosa... y marcaba la diferencia.

Y, por eso mismo, huyó de realizar meras retransmisiones de Bodas Reales para hacer televisión: contando una historia en directo que acariciaba la imagen y no desatendía al espectador para sólo complacer a las altas esferas. Lo conseguía aprovechando al máximo los primeros planos de los protagonistas y, también, los recovecos de las catedrales donde se realizaron los dos enlaces de las infantas. ¿Cómo lograba estos minuciosos planos tan perfectos en directo y que, encima, se movían al compás de la música? En realidad, esas milimetradas imágenes de la ornamentación eclesiástica habían sido grabadas en los días previos. Y se insertaban durante la ceremonia. Ahí el truco.

Casi todo estaba calibrado por los reflejos de Pilar Miró, unos reflejos tan valientes como palpitantes. Ese es el valor añadido de la experiencia de este tipo de profesionales que creyeron, lucharon y confiaron en las ideas construidas con ilusión por y para la inteligencia de la gente.

@borjateran

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Imágenes cedidas por Alejandro Macías 

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