OPINION

La adicción a las miserias ajenas. Seis claves del éxito de 'Sálvame'

Salvame Telecinco colaboradores Jorge Javier
Salvame Telecinco colaboradores Jorge Javier

¿Por qué no se desgasta la audiencia del programa de Jorge Javier Vázquez tras cuatro años en las tardes de Telecinco?

Hace años que las tardes televisivas no son aptas para todos los públicos. De hecho, desde 2009, la audiencia es fiel a Sálvame, un formato construido a base de polémica, surrealismo, trapos sucios y gresca, mucha gresca. Estos ingredientes han catapultado a este programa a una estabilidad de audiencias que, de momento, parece ser incombustible, a pesar de las numerosas criticas de distintos colectivos contrarios a la emisión de este espacio en horario infantil. Y es que Sálvame es un éxito incontestable. Pero... ¿por qué? ¿Cuáles son las claves que propician la legión de seguidores de este 'magazine'?

Uno. El reality.

Sálvame no es un programa del corazón, es un reality que vive de sus colaboradores. El contertulio rosa ha dejado de ser el preguntón para convertirse en el protagonista de sus miserias. Y el programa los exprime, juega con ellos y los explota. Los ingredientes son variados: rupturas, enfermedades, accidentes, secretos del pasado, polígrafos... Y si ve que se agota una de sus estrellas, le da un descanso dramatizado, desaparece y luego se cocina su regreso por todo lo alto para que la expectación no decrezca y suba el share. La fórmula se repite una y otra vez. Con Belén Esteban, con Karmele, con Chiqui, con Mila Ximénez, con Kiko Hernández...

Dos. La rentabilidad.

Mientras la competencia invierte en dos series y dos concursos costosos de producir, Telecinco llena su tarde con un decorado low cost y unos contertulios que no cobran lo mismo que 50 actores. En Sálvame no hay que renovar atrezzo, ni contratar figuración, ni entregar premios millonarios. Sólo bastan unos cuantos conflictos resultones, alguna noticia de actualidad y cada tertuliano sabiendo el rol que debe adquirir para contribuir al neorrealismo vespertino que, a veces, se transforma en catarsis histérica colectiva. Y la grada aplaude, satisfecha con su ración de carnaza.

Tres. La muerte de la exclusiva.

Sálvame se ha cargado la gran exclusiva millonaria, que ya no importa. Telecinco, absorbiendo la vida de sus sus propios colaboradores fijos, ya no tiene que acudir al ruedo de los cachés de invitados famosos que llenaban las portadas del '¡Hola!'. Estos ya no interesan como antes. Ya no hay lucha entre canales en busca de la entrevista más exclusiva.

En la gran mayoría de las ocasiones, los jugosos entrevistados son sus propios colaboradores (y algún personaje satélite de ellos). Los colaboradores son conscientes de que o participan en el juego o quizá se queden sin trabajo para dar paso a otro personaje con menos escrúpulos. Las grandes entrevistas están dentro del círculo de la propia cadena. No queda ahí la cosa: al suceder casi todo en plató, Sálvame ya no tiene que invertir en cientos de vídeos de agencias como en la era de Aquí hay tomate. Prácticamente todo sucede en la burbuja del Estudio 1 de Telecinco (y sus respectivos pasillos). A nadie parecen importar ya los testimonios de famosos a la salida de la estación de Atocha o el aeropuerto de Barajas.

Cuatro. El sentimiento de superioridad.

Mientras, en el sofá de casa, al ver las miserias de los 'famosos de la tele', el espectador olvida sus problemas, critica en familia, se distiende y, sobre todo, se siente por encima de la cobaya televisiva que se deja denigrar por unos miles de euros. Sálvame es fácil de ver. Evade de las verdaderas preocupaciones, no da quebraderos de cabeza y, encima, despierta ese alma voyeur que cualquier espectador lleva consigo ante las penurias de los demás. Es casi como un documental de La 2, pero no va sobre los leones de la estepa africana sino sobre unos leones más cercanos y quizás, incluso, más fieros.

Cinco. La realización visual.

Uno de los grandes aciertos de Sálvame es la realización visual del formato. Nunca se habla de ella, pero lo cierto es que es maestra: sabe mostrar lo que el espectador quiere ver y, en ocasiones, se mofa de los que están ante sus cámaras a través de enfoques surrealistas, insospechados y nada favorecedores (el sentido del ridículo no está permitido). La comunicación no verbal  habla más que la verbal. Y el programa ha sabido incorporar ritmo, frescura y agilidad para correr por los pasillos, los techos o donde haga falta. Incluso han sido capaces de ocupar el vecino plató de Ana Rosa con una comicidad mayúscula. Todo puede pasar. Y el espectador indiscreto lo agradece.

Seis. La ironía de Jorge Javier Vázquez.

Sálvame nació como un programa de noche para comentar las entrañas del reality Supervivientes. Al poco tiempo, dio el triple salto mortal a las tardes, multiplicando su horario para intentar aupar las débiles audiencias de Telecinco en esa franja. La estrategia fue infalible. Un rotundo éxito que se construyó a través de la rapidez de reflejos de un presentador, Jorge Javier Vázquez, que observaba la actualidad social (y de sus colaboradores) con una corrosiva ironía que mantenía la distancia suficiente sin caer en el tópico de lo trascendental. Y así se lo reconocieron hasta con el premio Ondas.

Lo malo es que con el paso del tiempo esa espontánea fórmula de los orígenes se ha malogrado en buena medida. Pronto empezaron a tomarse demasiado en serio a sí mismos y a traspasar líneas peliagudas de contenidos. La audiencia cada vez quiere más carne en el asador. Y, en muchas ocasiones, Sálvame se olvida del espíritu lúdico del show para caer en lo turbio sin contemplaciones, olvidando también que el espectador es más inteligente de lo que creen. Pero lo único cierto es que su abundante clientela continúa fiel cada tarde... Ahora bien, ¿cuál será la evolución del programa? ¿Hasta dónde serán capaces de llegar en el futuro para evitar el desgaste y la caída del share? No infravaloremos el instinto de supervivencia de sus creadores. Estemos preparados: seguramente, nos queda mucho por ver.

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