OPINION

Los 'tróspidos' han regresado influenciados por los delirios de 'Un príncipe para Corina'

QUIEN QUIERE CASARSE CON MI HIJO
QUIEN QUIERE CASARSE CON MI HIJO

¿Quién quiere casarse con mi hijo? ha regresado a Cuatro en buena forma. Los 'tróspidos' superaron ayer la barrera psicológica del diez por ciento de share, con un 11.4 por ciento de cuota y 1.686.000 espectadores. Por primera vez, un padre también participa y, además, hay una embarazada entre las aspirantes.

El programa mantiene su esencia lúdica, absurda y evasiva aunque, también, ha aprendido del furor causado por la estructura de presentación de personajes que ha incorporado Un príncipe para Corina. De hecho, el estreno de anoche incorporó recursos de edición en postproducción que recordaban más a la búsqueda del amor de Corina que al inicial ¿Quién quiere casarse con mi hijo?. No obstante, estas trampas del montaje, más extremas, siguen funcionando a la perfección en este tipo de show, pues de esta forma, cambiando el orden de las imágenes, descontextualizando o repitiendo la misma expresión delirante como si fuera habitual en el protagonista, se logra ridiculizar al máximo a los participantes. Y se produce la carcajada colosal en casa.

Una vez más, los tróspidos son un éxito de guion, montaje e ironías musicales que conectan con el memoria friki de la audiencia. Y es que, no se nos puede pasar, que el montaje sin guion no existe.

Al final, se trata de un reality donde la realidad es lo de menos. Lo importante es la búsqueda del chascarrillo a través de un casting de variopintos seres que son una caricatura de sí mismos y están felices de poder encontrar su minuto de gloria en Cuatro. Cueste lo que cueste. Incluso hubo una transformista experta en hacer de niña del exorcista. Qué simpática.

Y ese es el gran valor del programa: un desfile de personajes que sabe rizar el rizo con lo estrambótico, lo choni, lo inclasificable... junto a unas madres pasadas de rosca que no dejan indiferente a nadie. Tampoco falta el gay folclórico y, por supuesto, nadie mueve de su sitio a la maestra de ceremonias, Luján Argüelles: su punto de arpía maquiavélica se ha hecho imprescindible en este género catódico.

Sin olvidar las dosis de estereotipos, machismo y prejuicios que, para qué nos vamos a engañar, utiliza el espacio para captar el interés viperino de la audiencia. Ante tal desaguisado, el público se siente superior a lo que ve por la tele, y hasta mejor consigo mismo. Vamos, que los tróspidos son casi terapéuticos como un placer culpable donde reírse de los concursantes y no con los concursantes. Es la televisión hecha para consumir con un ojo en la pantalla y otro en Twitter.

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