OPINION

'El Hormiguero': ¿ya es un icono de la historia de nuestra televisión?

EL HORMIGUERO PABLO MOTOS
EL HORMIGUERO PABLO MOTOS

La historia de la televisión se construye con iconos. Son símbolos que marcan el recuerdo catódico de varias generaciones. Espinete, los electroduentes, la bruja Avería, el bigote de José María Íñigo, el sillón negro de Chicho Ibáñez Serrador... son parte intrínseca de nuestra reconocible nostalgia.

Pero, ¿qué referentes tendrán los jóvenes de hoy? No sabemos qué personajes de la pequeña pantalla actual pasarán a la historia, lo que parece evidente es que Trancas y Barrancas ya se han ganado un espacio preferente en el 'Olimpo' de la inmortalidad televisiva.

Y ahí está el secreto del éxito de El Hormiguero: desde que arrancó en las tardes dominicales de Cuatro en 2006, los creadores del show siempre tuvieron claro que para triunfar en televisión había que derrochar personalidad propia.

Recapitulamos diez claves que sustentan la duradera fórmula del éxito del programa que ahora emite Antena 3.

Uno. Trancas y Barrancas.

Juan Ibáñez y Damián Mollá dan vida a estas dos expresivas marionetas que son el mayor acierto del formato. Son originales, son imprevisibles, son atrevidas, son gamberras y, sobre todo, son rápidas en la contestación ácida más atinada. Despiertan la complicidad en el espectador y sus comentarios aligeran el programa. Sin duda, una vuelta de tuerca al universo de los colaboradores en televisión, rompiendo el estereotipo de que los muñecos son sólo para infantiles... o galas de José Luis Moreno...

Dos. Los experimentos.

Primero con Flipy, después con Marron y El Hombre de Negro, El hormiguero sentó precedente al demostrar que la ciencia es un entretenido espectáculo televisivo. Y, de paso, el programa impulsa la curiosidad del público por peculiares fenómenos que tienen una explicación interesante y enriquecedora. Una sección que irrumpe en el programa dando ritmo al espacio y enganchando al espectador que también disfruta viendo participar, y a veces sufrir, a los invitados famosos. Nos gusta el riesgo.

Tres. Los guionistas.

A los periodistas que escribimos sobre televisión, en la primera rueda de prensa del programa en 2006, Pablo Motos nos describió a sus guionistas con una sola palabra: feos. Vale, serán feos pero con desparpajo. El Hormiguero ha dado preferencia a gente con sentido de la comedia en lugar de rostros atractivos teledirigidos. Y eso se nota en el ágil resultado final.

Cuatro. La realización.

Álex Miñana es el conductor visual del espacio. Este realizador, que llevó con una excelente factura las riendas del mítico Crónicas Marcianas, impregna todo lo que suele hacer de un característico sello personal. En El Hormiguero, ha conseguido dar amplitud a un plató claustrofóbico y transmitir al espectador una frénetica sensación de acontecimiento televisivo irrepetible, donde siempre pasa algo y la cámara lo pincha en el instante oportuno. Detalles fundamentales para contagiar emoción en las casas.

Cinco. La música.

¿Os acordáis del señor que ponía las músicas en Crónicas Marcianas? Se llama Jorge Salvador y es productor ejecutivo de El Hormiguero. Su mano se deja notar, claro. También con las eficaces irrupciones musicales, herencia de pasadas épocas marcianas, que subrayan la percepción del espectador: dificultando así que desconecte e impulsando el instinto televisivo del espacio con la canción lanzada en el momento perfecto creando ambientes. La banda sonora es crucial, también en la tele.

Seis. Los invitados.

Es innumerable la lista de entrevistados que han pasado por el plató de El Hormiguero , situado en los viejos estudios Telson de Madrid (antes un matador de pollos). El programa se ha convertido en cita obligada de promoción para artistas españoles e internacionales.  Ya casi no hay espacios de entretenimiento con entrevistas a profesionales en nuestras cadenas. Como hace años lo fue Lo+plus, El Hormiguero es ahora el formato más apañado para la promoción. Will Smith es su mejor aval. Aunque aún hay actores españoles que se resisten como Penélope Cruz y Javier Bardem. ¿Miedo a los experimentos?

Siete. El público.

La gente que está sentada en la grada del estudio disfruta como niños. En El hormiguero no hay público de agencia dormido en el decorado. Aquí están “entregados” al show porque son seguidores fieles del espacio. Saben que son unos protagonistas más para que funcione el programa. Y lo viven. Y lo disfrutan.

Ocho. El ciberespacio.

El Hormiguero ha cuidado mucho las nuevas ventanas de comunicación para fomentar la participación de la audiencia.  Los seguidores al espacio sienten que tienen línea directa con el programa a través de Twitter (con más de un millón de seguidores), Facebook, Tuenti, Flickr (con fotos actualizadas constantemente) e incluso ayer mismo acaban de estrenar una aplicación móvil: el LINE. Lo que les faltaba.

Nueve. Pablo Motos.

Este formato es sinónimo de Pablo Motos. El presentador no es una hermanita de la caridad: sabe lo que hace y sabe lo que quiere. Busca el show. Y, en el programa, inevitablemente, se nota su evolución profesional, marcada por el humor cotidiano que ha desarrollado en televisión y radio (se dio a conocer en La Radio de Julia -Otero- y estuvo detrás de los guiones de El Club de la Comedia), pero también queda patente su crecimiento personal lleno de inquietudes en materia de ciencia y mente. En esta temporada, además, cuenta con la colaboración de su madre, poniéndole las pilas en directo. Funciona.

Diez. La televisión que juega. 

El Hormiguero ejemplifica el programa que no tiene complejos a la hora de jugar con los engranajes de la televisión, intentando no caer en los tópicos y confiando en las ideas por muy arriesgadas que sean. De esta forma, el espacio ha crecido con los años y, además, se ha transformado en un valor añadido de prestigio para la cadena que lo emite, pues este formato propaga una aureola de entretenimiento sano para toda la familia. Te puede gustar más o menos, pero El Hormiguero es uno de esos programas que no te deja indiferente. Al contrario, es la televisión que cree en el espectáculo del ingenio. 

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