OPINION

El fenómeno tróspido, la tele hecha para consumir en las redes sociales

QUIEN QUIERE CASARSE CON MI MADRE TERE
QUIEN QUIERE CASARSE CON MI MADRE TERE

Tras el furor por Un principe para Corina y ¿Quién quiere casarse con mi hijo?, llega ¿Quién quiere casarse con mi madre? (esta noche, 22.30h). Cuatro da un giro dramático a su cupido-realiy para estirar la fórmula del éxito hasta Navidad. Ahora, serán las madres las que intenten encontrar el amor bajo la tutela de sus retoños. Lo harán en sólo cinco semanas. Menos tiempo, más intensidad.

De esta forma, la cadena mantiene el emblema de Cuatro durante todo el trimestre. Y, de nuevo, la productora Eyeworks Cuatro Cabezas demuestra que su cantera de personajes particulares que generan el gag continuo no se agota. Eso sí, para 'frikizar' al personal al máximo, siempre cuentan con la ayuda de las trampas televisivas: soniquetes disparatados, irreverentes selecciones musicales, planos sacados de contexto... Artimañas que logran impulsar un show, como si se tratara de un cómic llevado al extremo.

En este ocasión, Luján Argüelles hará de celestina de la pija Paulina, de la motera Charo, de la risueña Tere (la Karina de Getafe, desde hoy), la dramaturga Mar (ejemplo de postureo intelectual) y la ricachona Toñi,que cambia el rol con su hijo Gabi, que participó en la segunda etapa de ¿Quién quiere casarse con mi hijo?.

Sus perfiles se complementan, aunque todas tienen algo en común: nacieron para ser artistas. Son unas folclóricas que se quedaron por el camino, mientras ansiaban fama y soñaban bajar la escalera como Conchita Velasco. Y se nota, y se agradece, pues están a favor del espectáculo del surrealismo. Ellas, junto a una nueva legión de pretendientes que parecen actores, pero no: son seres sacados de una realidad, sin demasiados complejos, que se presta a los maquinaciones de los creativos de la pequeña pantalla.

Sin embargo, al final, a la audiencia le dará igual si se enamoran o no. Lo importante, el gran logro que ha conseguido este universo tróspido, es que este tipo de programa ha dado un vuelco a los consumos televisivos. Este incipiente género no es apto para todos los públicos, pero sí está cocinado a medida del impaciente usuario de Internet.

La teletróspida ha recuperado la experiencia colectiva de consumir programas en directo. El espectador está con un ojo en su televisor y con el otro en sus redes sociales: a la caza del charcarrillo viral, compartiendo la carcajada con el mundo tuitero y, sobre todo, sintiéndose partícipe del show. El público tiene voz para amplificar el humor y, por tanto, también propulsar la repercusión del espectáculo por encima de los audímetros. Es el poder del disfrute grupal. Es la televisión que nos une a través de la red.

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