OPINION

La 'televisión Ni-Ni', el triunfo de la audiencia que no exige

mujeres hombres y viceversa angel triana
mujeres hombres y viceversa angel triana

Mujeres y hombres y viceversa es un éxito de larga duración. Este programa con unos 'tronistas' que buscan el amor en un mercado de la carne y la superficialidad no sólo funciona en audiencias, también tiene el título de formato diario más comentado en Twitter, con alrededor de 50.000 comentarios en cada emisión.

Es el éxito de la televisión Ni-Ni, la televisión con una audiencia que encuentra la evasión en formatos ligeros, sustentados en el conflicto más básico: el amor de recreo de instituto, el hedonismo y la pelea atolondrada (fiesta, alcohol, tomar el sol, celos, Tuenti, Whatsapp...) .

Y funciona. Tiene su mérito. Harén de chicas y chicos guapos, recauchutados, repeinados y rociados de rayos UVA, que se tiran de los pelos con tal de salir por la tele y hacer cuatro efímeros bolos por discotecas de polígono.

Es la televisión que premia a la Generación Ni-Ni, que ni estudia ni trabaja pero que ha comprobado que existen personajes sin oficio ni beneficio que se embolsan grandes cantidades por vender su vida por la pequeña pantalla. Esta burbuja de juguetes rotos se sigue inflando estos días con el fichaje, por parte de Cazamariposas, de Chabelita, que además cuenta con un aliciente añadido: es hija de Isabel Pantoja y eso multiplica su poder de atracción.

Mujeres y hombres y viceversa puede gustar más o menos a un determinado tipo de espectador pero, al mismo tiempo, ha encendido la bombilla de determinados directivos, conscientes ahora de que existe una nueva generación de espectadores que no exige nada, pues probablemente no ha llegado a conocer la televisión más creativa e inquieta. No exigen una mínimo de puesta en escena. No exigen un mínimo de calidad en la realización del show. No exigen honestidad en la ejecución del programa. No exigen ideas más allá del enfrentamiento primario.

El programa de los tronistas tiene un decorado más propio de una cadena local de los noventa que de una televisión generalista líder. Pero no importa, el 'chou' del amor de cartónpiedra triunfa. Y abre una vía peligrosa, propiciando que ya se descuiden otros formatos que van surgiendo en los que se presupone que es posible alcanzar grandes shares descuidando la calidad final del producto. Porque hacer televisión no es sólo colocar unas sillas en un plató y prefabricar una escaleta para jugar con el lado más sensiblero de los protagonistas o de la audiencia. Es más que eso. Es contar una historia que construya empatías, dibuje complicidades, fomente la imaginación y que se quede en nuestra retina.

Pero la flojera, la inmovilidad y el poco riesgo de las cadenas favorecen la idea de que se puede triunfar con programas hechos con desidia, en busca del estímulo primario que no evoluciona. Ese público poco o nada exigente también debe tener sus programas a medida, pero incluso a esos programas se les puede pedir más. Sus fieles se lo terminarán agradeciendo: porque los disfrutarán más... y descubrirán un abanico de posibilidades que hasta ahora desconocían.

Por suerte, en nuestro país aún hay muchos formatos que siguen jugando con los engranajes del instinto televisivo que no se queda en cuatro cámaras mal puestas y tópicos predeterminados. Tu cara me suena, El Hormiguero, Cuarto Milenio, MasterChef y otros tantos programas de entretenimiento hacen piruetas con la imaginación, creyendo en la inteligencia del espectador y no pretendiendo hacer negocio esquivando los más mínimos escrúpulos posibles.

De ahí, que en tiempos insípidos, haya que valorar aún más la televisión que hace televisión, que emociona, que asombra, que forma, que divulga, que es autocrítica, que es sensata, que es traviesa, que no estafa, que desprende ilusión. Y que no se queda en el bucle de la trivialidad vacía que sólo fomenta la parálisis creativa colectiva.

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