OPINION

Cómo manipular a los concursantes de 'Gran Hermano' en cuatro sencillos pasos

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La edición número 15 de Gran Hermano se prometía complicada. La audiencia está ya demasiado resabiada en lo que al veterano formato de Telecinco respecta; los propios concursantes también se saben todos los trucos. Más aún, cuando los que se presentan al casting son expertos en el reality porque llevan viéndolo desde pequeños. Esto ha propiciado, inevitablemente, una pérdida de naturalidad en el espectáculo a nivel televisivo. El desgaste es obvio: de hecho, en esta décimo quinta entrega ya se han cosechado mínimos de share históricos.

Pero, por sorpresa, la marcha voluntaria de un concursante dejó la vacante perfecta para generar una trama con gancho. Y, de esta forma, propulsar el alicaído interés por el show. Se iba Papirrín y se quedaba Paula sin pareja (porque este año se concursa en dueto). Así que había que cubrir la baja. Dicho y hecho. Se optó por introducir en la casa a Lucía, la ex-novia de Omar, quien, además, se estaba 'liando' con la propia Paula. Con esta mezcla, se ha sembrado el polvorín. Y como en Gran Hermano siguen siendo expertos en forzar adictivas tramas, el objetivo estaba claro: se metió a Lucía para tambalear los cimientos de la relación que se estaba construyendo entre Omar y Paula.

Al final, se ha producido el giro dramático perfecto, y la ex-novia ha reconquistado al ex-novio en una noche loca. Un galimatías que ha servido para impulsar la audiencia del programa de Mercedes Milá hasta grandes datos de cuota de pantalla. De nuevo, el experimento sociológico fluye. Aunque no sabemos hasta cuándo durará este triángulo amoroso que de momento es eficaz como cebo para la audiencia y además genera otros conflictos alrededor. Porque el éxito de Gran Hermano se sustenta en que todo lo que sucede resulte verdadero, pero siempre se puede dar un empujoncito para "sugerir" determinados comportamientos a los participantes. No es guionizar, llamémoslo... inducir. Así es la televisión, donde casi siempre casi todo es casi verdad.

1. Un Bloody Mary, por favor

Si quieres que se descontrolen los concursantes de un reality, invéntate una fiesta absurda con cualquier excusa. "La fiesta de la lluvia", por ejemplo. En ella habrá alcohol, claro, para que los participantes disfruten y se desinhiban... hasta descontrolarse un poco. O hasta perder los papeles del todo. En las fiestas de GH siempre pasan cosas. Y en los vídeos de la galas y el debate es habitual, en los últimos días, ver a los participantes con un copazo en la mano. El show, por tanto, está servido.

2. Terapia de choque.

Envía a la cobaya elegida al confesionario. Allí, un redactor avanzado entrevistará al concursante en modo psicoterapeuta, haciéndole sentir su mejor amigo y sonsacándole toda clase de miedos, recelos e inseguridades. Psicología en estado puro y de toda la vida pero usada en pos del espectáculo. Muchas de estas sesiones nunca las vemos íntegras, pero en ellas los habitantes más manipulables de la casa pueden obtener "pautas de comportamiento", ser "animados" a hacer esto o lo otro y "guiados" hacia los terrenos pantanosos adecuados para que la trama fluya. Todo entre comillas. Porque, al fin y al cabo, el problema es que en GH todo se magnifica...

3. El más difícil todavía.

Además de las nominaciones y de cambiar las reglas del juego para pillar inadvertido al personal, en Gran Hermano -tras conseguir un buen casting que genere juego- son claves las pruebas de convivencia, como obligarles a ir atados o esposados las 24 horas del día o lo que se les ocurra. Un acierto si son ideadas para fomentar roces que provoquen amor, odio o, mejor aún, si propician las dos cosas al mismo tiempo.

4. El montaje.

Y, finalmente, la más magistral forma de manipular a los concursantes y hacer más interesante su comportamiento... está por encima de ellos mismos: se llama montaje. En Gran Hermano, como en todo programa de televisión, es fundamental el buen montaje de las imágenes para que se comprenda con claridad el contenido. En GH son unos maestros de la postproducción. Un trabajo sobresaliente a nivel televisivo. Se encajan las piezas de un puzzle, con sus soniquetes, sus zooms y sus énfasis para contar una historia con el efectismo necesario en un show de las emociones. Porque, en GH, el espectador conecta con la trama si se desarrolla con una estructura que funcione dramáticamente, como en cualquier serie o película.

Para conseguir esto, en la casa de Guadalix ya vale todo. Todo. El programa se reinventa a marchas forzadas por instinto de supervivencia y sus "normas" se ponen al servicio de show. La característica fundamental del formato, por ejemplo, esa que consistía en no introducir información del exterior bajo ningún concepto, salta por los aires cuando conviene para aumentar la tensión en la convivencia. Los propios grandes hermanos también son víctimas de los vídeos editados durante el concurso y a veces se les muestran estos vídeos incluso estando dentro de la casa. También Mercedes Milá opina en las conexiones, a diferencia de antaño cuando hablaba con la casa de forma aséptica. Ahora, incluso se atreve a evidenciar quiénes son sus favoritos.

Estos factores ayudan sin duda a precipitar conflictos y a amplificar el morbo del share, aunque el precio que se pague sea la extinción progresiva e irreversible de la que fue la esencia del programa. Un programa que atrajo a millones de espectadores porque transmitía verdad por encima de todo. Y que esa verdad esté cada vez menos presente sólo puede significar el fin de Gran Hermano tal y como lo entendíamos. Una nueva era, ni mejor ni peor, simplemente nueva, en la que en Telecinco siguen demostrando que son los mejores realizando tele-realidad.

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