OPINION

La tiranía de la audiencia: cuando la información sobrepasa los límites del espectáculo

Cada mañana, los responsables de los programas reciben un estudio pormenorizado de su audiencia. El minuto a minuto de sus contenidos diseccionado. Lo que funciona, lo que no.

Tras esta minuciosa radiografía se toman las decisiones. Los instantáneos e imprevisibles gustos del espectador -ese que cuenta con un aparato llamado audímetro en su salón- han hablado. Una muestra representativa de españoles decide éxitos y fracasos. Se da por hecho que el margen de error es mínimo, así que cadenas y anunciantes actúan en función de estos datos.

Pero, más allá del share, la televisión también debe tener su responsabilidad social. Una pizca, al menos. Y hay que saber marcar los límites. Límites que deben ser especialmente rotundos cuando se trata de informar.

Y ahí es donde empiezan a fallar, a veces, los engranajes de la televisión. No es una novedad que la sección de cultura desploma la audiencia de los Telediarios. Pero eso no puede llevar a hacer desaparecer estas secciones de cultura de los medios. Se debe proteger el equilibrio, porque la industria cultural necesita esa ventana abierta y hay una inmensa minoría de público que busca esa información. Más aún, desde las televisiones públicas que han de salvaguardar todo tipo de información e intentar despertar inquietudes en el espectador. ¿Qué sentido tiene minimizar un 'servicio público' por falta de audiencia cuando además estás en una cadena sin publicidad?

Lo mismo sucede con temas sensibles que, con el paso del tiempo, desaparecen porque el foco de atención se va a apagando. El interés decrece con las semanas, pero la base del periodismo está en seguir atento al devenir de todas las realidades. Haciendo preguntas, buscando respuesta y no enterrando los asuntos. Pero, claro, como mandan los audímetros siempre hay algún director que suelta aquello de "esto ya no interesa".

Ante este panorama, las cadenas han encontrado fórmulas para que la información pura y dura interese al espectador. Programas como Salvados o El Objetivo demuestran que es posible ser rigurosos utilizando la esencia del periodismo y las artimañas del entretenimiento. De hecho, explorar los nuevos lenguajes televisivos es clave para fortalecer la información en televisión y hacerla más clara e interesante.

Sin embargo, en esta obsesión por la audiencia, también se está desvirtuando un detalle tan básico como contrastar buena parte de esta información que nos llega. Sobre todo en los magazines y grandes 'contenedores' pegados a la actualidad. Su duración lo propicia. No es sencillo rellenar durante cinco horas de contenidos un espacio. Tampoco ayuda esa velocidad en la que se trabaja para ser los primeros en dar la noticia, una trampa en la que es muy fácil caer.

Los magazines y las tertulias espectáculo son un hábitat perfecto para que se diluyan las fronteras entre opinión, artificio, maquillaje e información. Los titulares vuelan, las especulaciones crecen. Incluso es posible ver como una presentadora desde una cocina en la que se prepara un sabroso guiso da paso a una 'última hora'. Conectamos, con el mandil puesto, con la Audiencia Nacional.

Estamos, pues, ante la marabunta de la televisión espectáculo. No es mala si se hace bien. Pero sí se vuelve peligrosa si la falta de responsabilidad social amputa contenidos y da alas a las especulaciones que se venden como datos contrastados. Los nuevos tiempos, con su avidez por lo inmediato y lo viral, lo provocan. La batalla por las audiencias es más salvaje que nunca. Y de este caos sólo nos pueden salvar aquellos profesionales responsables que sepan encontrar el equilibrio más preciso entre el imprescindible rigor y la necesidad de atrapar al espectador.

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