OPINION

¿Por qué España es uno de los pocos países en donde ya no funciona 'Mira quién baila'?

poty
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¡Mira quién baila! es un éxito de audiencias a nivel internacional. También lo fue en España, hasta que se desgastó la fórmula. No ha sucedido lo mismo en la mayoría de los países en los que se ha versionado este formato que acaba de terminar su temporada número 19 en Estados Unidos y que en Reino Unido, desde la BBC, sigue ganando en audiencias incluso a Factor X.

Y es que el baile sigue interesando al público, pues sorprende, emociona y tiene su punto de aspiracional. Pero, ¿por qué en nuestro país han fracasado los últimos intentos?

En España dejaron de triunfar este tipo de programas porque no se han hecho del todo bien. Se intentó innovar y el casting de concursantes derrochó buen rollo, en el caso del último MQB, pero aunque se ha jugado con el repertorio musical no ha sido suficiente. Además, el prototipo conservador de baile de salón predominaba demasiado, cuando se puede experimentar más para no dejar de sorprender a la audiencia. Otro detalle importante es que el público pueda empatizar con los bailarines, tanto con los anónimos como los famosos, que están aprendiendo.

Los profesionales anónimos son claves para llevar las riendas del aprendiz VIP y disimular así su inexperiencia pero, al mismo tiempo, deben de ser indentificables para el gran público. De nada sirve poner a un bailarín que parece de porcelana. El bailarín debe gustar a la audiencia. En todos los sentidos.

Por su parte, los aspirantes famosos no sólo deben producir risa en el espectador. Los programas tienen que intentar guardar el equilibrio entre el rostro que lo borda y el más patoso. Pero todos, del gracioso al mañoso, deben evolucionar siempre y demostrar su aprendizaje. En cambio, en España, los vídeos de las clases previas, que calientan motores antes de la actuación, se han quedado en meros chascarrillo de humor del coreógrafo-profesor de turno. Y se han olvidado que, como espacios aspiracionales, estas piezas también deben contar un espíritu divulgativo real, algo que no está reñido con el entretenimiento. Es más, potencia el conflicto.

El espectador debe aprender junto al famoso. Conocer el trabajo y descubrir la trastienda que conlleva preparar una coreografía. De esta forma, entenderá si existe o no evolución en el talent, si hay o no esfuerzo. Es la única forma de que la audiencia sienta más suyo el show. Así, estará a favor o en contra de los participantes. Se sentirá más partícipe. Se emocionará con los avances o retrocesos semanales, con los veredictos del jurado y con la puesta de largo de las actuaciones.

Unas actuaciones que deben salirse del tópico de siempre para jugar con la creatividad. Porque si la música no tiene fin, tampoco el baile nos dejará de sorprender:

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