OPINION

El asesinato de las risas enlatadas

gym-tony-risas enlatadas
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Son artificiales. Son incluso monótonas. Pero siempre han estado ahí en las telecomedias de nuestra vida: recalcando el chascarrillo, subrayando el chiste, matizando el gag. Las risas enlatadas parecían no tener fecha de caducidad. Su infabilidad está demostrada desde antes de que se inventara la televisión, en espacios radiofónicos. En 1950, aterrizaron en la pequeña pantalla a través del mítico formato The Hank McCune Show. Ya no había marcha atrás, se hicieron indispensables, sobre todo, en las series de humor.

La reacción del público, aunque con el método de las risas enlatadas, se demuestra clave para coronar la eficacia de un producto televisivo. Más aún, cuando se pretende contar una historia desde un decorado instalado en un frío plató vacío. Las Chicas de Oro tenían risas enlatadas. El Príncipe de Bel Air tenía risas enlatadas. Scooby Doo tenía risas enlatas. Farmacia de Guardia tenía risas enlatadas. Y, en la mayoría de los casos, no notábamos su presencia. Estas carcajadas pregrabadas nos manipulaban, en cierto sentido, nuestra percepción de cada secuencia, eran tan útiles como sigilosas.

El problema surge cuando la risa enlatada se convierte en histérica protagonista. Se sube el volumen y suena siempre igual. Como si fuera robótica. Sin tonalidad. Sin texturas. De la primera 'biblioteca de efectos sonoros', con audios prototípicos que cualquiera se puede descargar de Internet. Ahí es cuando el efecto de la risa enlatada se anula: no arropa la sitcom de turno, sólo denota sus deficiencias. Evidencia esa desesperación de demostrar que es gracioso algo que no funciona. Así sucede con Gym Tony, la nueva ficción de Cuatro. Una sucesión de sketches imposibles, que pretenden ser potables con ayuda de una indigestión de risas enlatadas que dicen al espectador en qué momento reírse. Sin embargo, sólo se propicia el efecto contrario: dejar desnudo el humor con defectos, el artificio de la comedia de usar y tirar.

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