OPINION

La pluralidad artificial de TVE: cuando es difícil creer en la independencia de una TV pública

cristina puig
cristina puig

Libertad de expresión. Todos se creen defensores de la libertad de expresión, tan clave en la salud de la democracia. Ahora más que nunca. Incluso los líderes políticos se manifiestan por la defensa de la libertad en actos públicos. Todos los partidos. Oposición y Gobierno. Sin embargo, en el día a día, la realidad contradice los titulares grandilocuentes y comprobamos que un medio que debería ser estandarte de esas libertades, como es la televisión pública, ha perdido su audiencia porque también ha perdido la consistencia de esa libertad plural que todos dicen defender.

¿Somos más libres que hace diez años? No sabemos si la sociedad lo es, pero está claro que TVE no. Desde 2012 no han cesado los cambios por motivos ideológicos en el viejo ente. En los últimos meses aún más, ya no sólo en informativos: incluso programas de entretenimiento han abandonado a rostros cruciales a la hora de dar espontaneidad al show. Así ha sucedido con Loles León. Resultado: la tertulia Amigas y Conocidas, sin la popular actriz, no cuenta con el mismo interés y se ha derrumbado a ínfimos datos de share.

Tampoco se salvan en los centros de producción de fuera de Madrid, Cristina Puig (en la foto), reputada periodista de TVE Catalunya, profesional indefinida de la cadena, ha sido enviada a la oficina de empleo por un despido disciplinario, que se ha debido a "su reiterada conducta frente a las instrucciones de la dirección sobre el modo de desarrollar sus funciones de presentadora, conducta que se traducía en constantes objeciones a las instrucciones recibidas, negativa a seguir las directrices relacionadas con el modo de efectuar ciertas grabaciones". Puig se salía del guion preestablecido, del guion dictado. Porque el buen periodismo, el periodismo honesto, nunca se escribe al dictado. Con estas decisiones es, por tanto, difícil creer en la independencia de una cadena pública.

De ahí que TVE haya perdido cualquier atisbo de interés por parte de la audiencia. Ya no tiene casi rostros carismáticos, porque la personalidad propia siempre suele venir ligada a un carácter que consigue regenerar el anodino guion que establecen aquellos que aún creen que el control informativo sirve para algo, sin darse cuenta de que vivimos tiempos en los que la audiencia sabe encontrar la información verdadera aquí y ahora y en múltiples soportes.

Los espectadores de hoy necesitan periodistas que les ayuden a digerir ese caudal de información con credibilidad y mirada propia. Ahí debería estar el valor de TVE como cadena pública que ya no tiene que competir en la devoradora batalla de las audiencias y la publicidad. Sin embargo, tiene un peliagudo enemigo en casa: una desfasada gestión de la propaganda política que parece no querer poner a España a la altura democrática de otros países europeos. Ni en Inglaterra, ni en Francia, ni en Alemana sucede esto de forma tan evidente en sus canales públicos. Los gobernantes saben que las cadenas públicas son vitales para impulsar la riqueza de un país, riqueza económica y riqueza de ideas. Porque la primera no es posible sin la segunda. Y ahí la televisión pública, si se utiliza bien, puede ser una gran factoría que dinamice el talento de un país.

Pero, en cambio, la programación de TVE, salvo alguna que otra buena excepción, cae en el informativo previsible y en el programa encorsetado. Brillan por su ausencia los espacios de entrevistas en horarios de máxima audiencia (inconcebible), y si los hay los escondemos, no vaya a ser que alguien diga algo que no deba. Tampoco hay productos que exploren en los intereses de las nuevas generaciones, que ya no entienden para qué sirve La 1, La 2 y el Canal 24 Horas. Si acaso, Teledeporte.

Y mientras tanto da la sensación de que todos somos cómplices de la forma en la que TVE ha dejado de ser referencia. Nos parece "normal" que suceda esto en 2015. Nos autoconvencemos diciendo: "pasa siempre igual, todos los partidos lo hacen". En cierto sentido, es verdad, lo han hecho todos los partidos.

Pero la realidad es que ya se han conocido unas informativos más libres, más plurales, más rigurosos y más próximos. Los que trabajan en TVE lo saben, e hicieron sentadas, hace poco, en defensa de la televisión pública. Pero no cambió nada. La movilización se silenció. Quedó como una foto que era más que una foto: un símbolo de que la sociedad sí avanza aunque, a veces, no lo parezca. Y es difícil ser valiente cuando te puedes quedar sin tu puesto de trabajo. No son buenos tiempos para la valentía, pero sí que lo son para esquivar la censura (y la autocensura) a toda costa y poner en valor la televisión pública.

Porque no es un espejismo: existen periodistas independientes, existen realizadores independientes y existen televisiones públicas independientes. Porque las televisiones públicas deben de ser plurales, como la propia sociedad. Es su principal obligación. Así son en los países que confían en la gente, toda la gente, como aliada de los proyectos comunes. Esa es la diferencia.

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