OPINION

Los Goya de Buenafuente, ¿por qué nadie ha logrado superar aún el éxito de su ceremonia?

MEJOR DIRECTOR
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MD243. MADRID, 14/02/2010.- El presentador Andreu Buenafuente, durante la XXIIII edición de los Premios Goya que se está celebrando esta noche en el Palacio Municipal de Congresos de Madrid. EFE/JuanJo Martín.

Nadie ha podido superar aún su marca. Ni Rosa María Sardá. Ni Eva Hache. Ni Dani Rovira. Andreu Buenafuente es quien alcanzó la cima del éxito de los galardones del cine español con un 26.4 por ciento de share y 4.656.000 espectadores. El récord de audiencia hasta la fecha de Los Goya. Un dato que no fue casual. Cinco elementos, básicos en cualquier buena gala, ayudaron a propiciar la mejor ceremonia de premios de la historia de España.

1. CONTAR: una historia de principio a final

Buenafuente, curtido en horas y horas de televisión, consumó, en el arranque de la gala, un monólogo vibrante, rápido y cargado de guiños reconocibles. Con la ironía necesaria y la inteligencia que merecían el evento. No se perdió en rodeos. Salió al escenario solamente cuando la gala lo necesitaba y celebró lo mejor del cine español en lugar de resignarse con lo malo. No menos importante: sus apariciones no eran intercambiables, había un guion compacto que acabó incluso con inesperado giro dramático. '¡Qué gremio!'

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2. VER: el (un poco morboso) protagonismo de celebridades

El patio de butacas estuvo especialmente repleto de rostros populares. Estaba incluso la pareja por excelencia de nuestro cine: Penélope Cruz y Javier Bardem. Su aparición en la gala causó un inevitable revuelo. Y la fiesta tuvo glamour real. Los Goya empezaban a ser elegantes, con actores que son estrellas fuera de España, como sucede en los Oscars. Además, Buenafuente, antes que Ellen DeGeneres, enredó por el patio de butacas con una minicámara incorporada. Aún el selfie no se llamaba selfie, pero el cómico barcelonés ya jugó, con una pizca de acidez, con los actores: nominados, ganadores y perdedores. La grada fue vibrante protagonista. Los comentarios (discretos e indiscretos) no cesaron por parte del público.

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3. SENTIR: la emoción más real

Uno de los momentos cumbre de la ceremonia fue cuando se entregó, a través de un vídeo, el Goya honorífico a Antonio Mercero, enfermo de alzheimer. Conmocionó ver a Álex de la Iglesia entregando ese Goya a Mercero en su propia casa. Y las imágenes del público, en el teatro, trasmitieron ese quebranto que pocas veces se contagia en la televisión de hoy. El realizador supo mostrar durante toda la emisión las sensaciones de los actores que habían asistido a la ceremonia: de la risa a la sorpresa. Descubrimos hasta la emoción de Wyoming.

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4. ASOMBRAR: la sorpresa inesperada

Nadie sabía que, en un determinado momento, Pedro Almodóvar iba a aparecer en escena, haciendo así, en directo, las paces con La Academia. Nadie lo esperaba. Entró a escondidas. En tiempos en lo que todo se anuncia, la irrupción en el escenario del director manchego fue la apoteosis de la ceremonia. Esta aparición estelar, además, estuvo introducida con mucho instinto del show a través de Rosa María Sardá y el propio Buenafuente. Almodóvar sabía que era su momento para reconciliarse con la Academia de la forma más efectista y lo aprovechó. Y la realización mostró, una vez más, la reacción excitante del público: fue una sorpresa de verdad para todos, allí y en casa. El éxito de no prefabricar con artificio las cosas, pues eso siempre lo nota la audiencia desde casa, que ya está resabiada de malos trucos televisivos.

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5. VIVIR: la (buena) realización

La factura técnica fue perfecta. Rompió cualquier mal prejuicio sobre la tele en España. No falló la iluminación, tampoco la escenografía, que iba moldeando su color de fondo en los diferentes bloques del show; ni la realización, que fue de una calidad excelente. De hecho, las cámaras nos mostraron todo lo que el espectador necesitaba ver con un mimo poco habitual. El Palacio Municipal de Congresos de Madrid tiene más espacio y más posibilidades que el salón de actos del Hotel Auditorium, que cobija ahora el sarao, coartando muchas posibilidades televisivas a una ceremonia de estas características. No es el lugar idóneo. En cambio, Los Goya 2010 entraron por los ojos. También los vídeos que, repasaban momentos del cine patrio, fueron talentosos, con excelente factura y con instinto del show. E incluso, en directo, se logró inundar el escenario del Palacio de Congresos con efectos especiales. Espectacular. Y no se notó el truco:

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La emoción, la sorpresa, la ironía, el glamour, la realización de calidad, el ágil instinto de Buenafuente y la visión de contar una historia global propiciaron una materia prima idónea para brindar un verdadero espectáculo televisivo del que también se contagiaron los premiados. Incluso apareció un Pocoyó en 3D. Fue una ceremonia que tuvo claro lo que significa hacer una gala de premios por y para la televisión. Con sus presentaciones solemnes y, al mismo tiempo, sus guiños cómplices de andar por casa. Con sus agradecimientos eternos y, al mismo tiempo, con sus giros de guion inesperados. Así se logra un sarao imprevisible, esa es la clave, en unos Goya que acostumbran a ser demasiado evidentes, empezando por las propias películas galardonadas. (Casi) Siempre.

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