OPINION

¿Cuáles son los límites de la TV a la hora de buscar explicación a la tragedia aérea de Germanwings?

Andreas Lubitz
Andreas Lubitz

Un accidente que no fue un accidente. Un copiloto estrellando un avión. Sólo una semana después, los medios de comunicación ya hemos desmenuzado las entrañas de la vida de Andreas Lubitz, de 27 años. El trágico desenlace del A320 ya no sólo tiene valor informativo, también cuenta con tintes de morbosa historia personal.

La tele ha llenado horas y horas con datos de la vida del joven copiloto. Periodistas y espectadores buscan respuestas que expliquen cómo alguien puede tener esa sangre fría y esa escalofriante voluntad para perpetrar un acto tan deleznable.

¿Por qué lo hizo? ¿Qué puede pasar por la cabeza de un ser humano para actuar así? Estos son algunos de los interrogantes en busca de una respuesta lógica. Porque la incertidumbre no es compatible con el periodismo televisivo. Tampoco con la propia capacidad de razonar de los seres humanos. En casos como este, la audiencia necesita encontrar una explicación racional a un hecho que, probablemente, no es ni racional. Para reconfortarnos, para sentirnos más tranquilos con nosotros mismos.

Pero, en esta búsqueda de respuestas, hay que ser muy cauto. Porque, en el afán de encontrar atajos informativos rápidos, se producen daños colaterales, que indirectamente sufren personas con diagnósticos médicos comparables al de Andreas. Surgen las prejuicios. Surgen las etiquetas. Surge la información de baja calidad, la información que simplifica la complejidad de la diversidad.

Porque en una televisión plagada de largos programas magazines de actualidad, que viven del comentario instantáneo y poco especializado, se terminan cometiendo errores. Se entremezcla la información con el espectáculo. Y ahí aparece el debate. ¿Hasta donde hay que informar de la vida del copiloto y los fallecidos? ¿Debe ser tratado un tema de tal calibre por una analista político? El periodista debe ser capaz de discernir entre lo que cuenta con relevancia informativa, y lo que se pierde en el caos de la especulación.

El espectador necesita comprender por qué lo ha hecho. E incluso se termina acudiendo a las enfermedades mentales como culpables. Sin contextualizar, ni diferenciar. En esta carrera por llegar antes, se queda por el camino la reflexión, la calidad de la información, la sensatez..., y avanzan las prejuicios que el informador puede producir sobre un sector importante de la sociedad. Pero a la hora de informar también hay que contextualizar para no simplificar y que nadie sea etiquetado.

Por tanto, es necesario que periodistas y médicos sean prudentes a la hora de calibrar entre cuándo existe interés informativo o cuándo existe morbo desinformativo.

Los médicos del Hospital Clínico Universitario de Düsseldorf, que trataron al piloto, se han negado a dar datos, amparándose al secreto médico. Han primado su responsabilidad frente al impulso del trágico acontecimiento. Esa es la referencia. Porque lo que pasó por la cabeza a Andreas Lubitz sólo le pasó por la cabeza a Andreas Lubitz. Hay temas que no deben de traspasar las humanas fronteras de la especulación.

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