OPINION

Alberto Chicote: así 'manipula' la emoción del espectador su 'Pesadilla en la Cocina'

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Chicote es uno de los rostros más reconocibles de La Sexta. Tras coquetear con la cadena hermana, Antena 3, en Top Chef y sentirse reportero de equipo de investigación, el cocinero ha vuelto brillando al programa que lo lanzó a la fama.

Los nuevos episodios de Pesadilla en la Cocina han llegado fuertes (11.6 y 14.2 por ciento de share), incluso adelantando al estreno de La 1 de TVE, la telenovela Acacias 38, que no llegó ni al diez por ciento de cuota. No era muy difícil, pues este nuevo culebrón de época parecía una reposición de otros culebrones de época. Muy diferente a la esencia del show de Chicote, que mantiene su carisma hasta, a veces, incluso parecerse a la propia imitación de José Mota. Exagerado, indignado y contestón.

Pero no es una parodia de sí mismo, Chicote es así. Es su temperamento que funciona como un reloj en este programa que, sin embargo, mantiene siempre una misma estructura repetitiva para 'manipular' las emociones del espectador, como pasa también en la versión original del formato.

Conflicto-emoción empática-reinvención del local-atisbo de final feliz. Sea cual sea el negocio, todos los programas siguen estos pasos.

Porque Pesadilla en la Cocina primero presenta al espectador unos personajes desastrosos para, después, tras hordas de gritos y gorrinadas, dar un giro dramático a los antipáticos protagonistas que se nos está mostrando. Así, el programa humaniza al villano. Lo convierte en víctima, al mostrar la historia de superación que hay detrás. En definitiva, revela el problema que esconde ese caos.

Y la historia siempre se desarrolla con ciertas dosis de humor de hoy, que aligeran la intensidad de la trama y otorga al espacio su aureola de modernidad (justo lo que falta a Casados a primera vista). Ayer, por ejemplo, sonó la reconocible sintonía de Twin Peaks mientras el dueño hablaba de un asesinato que se produjo en su establecimiento 'La Estación' antes de ser restaurante. La trascendencia de un terrible suceso pierde intensidad gracias al guiño directo de la banda sonora del programa. Y es que, en eso de las músicas y la edición, son expertos en la productora de Pesadilla en la Cocina, la misma de Quién quiere casarse con mi hijo.

Un formato que no se embarulla en explicaciones y en preliminares previsibles, va directo al argumento. Cada edición sabe exprimir las horas y horas de grabación para crear una trama perfecta, como si se tratara de una serie de ficción redonda, ya que cuenta con elementos de drama, comedia y, a veces, hasta de película de terror… pero es mucho mejor: es la vida real. Y el espectador no tiene tiempo de aburrirse, el programa cuenta con un ritmo endiablado y adictivo que jamás se pierde en rodeos.

El espectador se siente enseguida partícipe del “show”: puede criticar o adorar a estos personajes desde el sofá… o, directamente, realizar chascarrillos en la red social. Chicote nos une y nos hace indignarnos o sentirnos superiores al resto de la humanidad. Y es que es muy difícil ser más desastroso de lo que muestra este formato.

Pero la clave fundamental del éxito, además de poner en la palestra la putrefacción y otras irresponsabilidades que se comenten entre fogones, es que el espectador se queda hasta el final para descubrir la evolución de unos negocios que aprenden a ser mejores, a superarse, a tener una personalidad más definida y, sobre todo, a ganar en calidad culinaria. Aunque no siempre todos lo consiguen, y eso también hace que el programa se vuelva imprevisible e hipnótico. De hecho, La Sexta ya ha comunicado que, en próximas ediciones, Chicote regresará a los restaurantes que han sobrevivido a esta primera etapa de Pesadilla en la cocina. Ya ha pasado el tiempo suficiente, dos intensos años. ¿Habrán vuelto a las andadas? Lo veremos.

@borjateran

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El Castro de Lugo, cerró. 

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