OPINION

4 lecciones que la TV de hoy debe aprender de Lina Morgan

lina morgan academia tv
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Las cadenas de televisión dedicaron en la jornada de ayer una gran parte de su programación a recordar la figura de Lina Morgan. No podía ser de otra manera. Especialmente TVE, que lideró la noche (13.5 por ciento de cuota) con su homenaje Gracias por vivir, donde se rescataron grandes momentos de la trayectoria de la actriz gracias al valioso fondo documental de la cadena pública. Una trayectoria en la que Lina Morgan demostró que los tópicos están para desmontarlos y hasta reírse de ellos. También en televisión, donde rompió con tabúes gracias a la perseverancia de su talento.

1. Lo antitelevisivo es televisivo

Lina Morgan no era una cabeza de cartel al uso. A primera vista, no era el prototipo ni de guapa ni de actriz protagonista. Pero su carisma, capacidad de trabajo e intuición sobre las tablas lograban un cóctel explosivo que no podías dejar de mirar. Y así, sus obras de teatro, retransmitidas por TVE, arrasaron en audiencias de forma inaudita, reuniendo a 20 millones de espectadores.

Estas emisiones teatrales eran antitelevisivas: sólo había cuatro cámaras enfocando la estática puesta en escena del falso decorado de un teatro. Pero funcionaba y triunfaba, porque mostraba lo más extraordinario: una historia contada con un carisma arrollador, donde lo que menos importa es el físico o el envoltorio visual. Lo crucial es el talento.

2. La importancia de reírnos de nosotros mismos

Los grandes éxitos de Lina Morgan eran una retrato tácito de un país que venía de una cruenta guerra, superaba una dictadura en blanco y negro y descubría la explosión de la libertad. Morgan reflejaba en sí misma ese país de prejuicios, apariencias, picaresca e ingenuidad. Y así sus obras se convirtieron en un fenómeno que conectaba con toda la sociedad, sin exclusión. Porque se reía de España, pero también Lina Morgan se reía de Lina Morgan. Sus interpretaciones siempre sabían meter la morcilla cuando tocaba o sonreír al espectador si el telón bajaba antes de tiempo. Hacía autocrítica latente y se transmitía al patio de butacas o en cámara.

Porque Lina Morgan sabía que era Lina Morgan, pero cuando estaba sobre las tablas trataba al espectador con la complicidad de ser una más. Haciendo, así, partícipe a la audiencia de su experiencia, algo crucial que no siempre se consigue en la televisión de hoy que, a veces, ha primado en exceso comunicadores perfectos sin capacidad de autocrítica. Pero el éxito está del otro lado: del de la confianza próxima.

3. El plató vivo

Uno de los grandes secretos del éxito de Hostal Royal Manzanares es que era una comedia de situación adaptada a la idiosincrasia española. Contaba con público en el rodaje. Y ese público en la grada era vital. Valerio Lazarov, productor de la ficción, supo intuir que cada trama de la serie necesitaba estar arropada por la reacción sonora de los propios espectadores a los que Lina Morgan subía a saludar, rompiendo la cuarta pared de la televisión al final del programa. Era el clímax perfecto para concluir cada capítulo. De nuevo, esa cercanía con el público convertía cada episodio en un acontecimiento especial.

No eran, como suele suceder en la actualidad, público de agencia de figuración: contratado, que mecaniza su función en los programas hasta transmitir aburrimiento, automatismo y dejadez. En Hostal Royal Manzanares eran personas que acudían a los estudios de Prado del Rey con la ilusión de vivir un evento único que jamás vuelve a pasar. Conocer a Lina Morgan, ver las tripas de la tele y sorprenderse con el show. Y ese ruido ingenuo de la gente de la calle siempre es un valor añadido para cualquier formato. También hoy... y siempre. De hecho, la propia Lina Morgan en series que no contó con una grada con audiencia real (Compuesta sin novio, Una de dos, Se puede), no alcanzó los mismos resultados de audiencia.

4. Pensar en el público hasta el último día

La última vez que Lina Morgan apareció en televisión fue en el portal de su casa, lugar en el que realizó unas pequeñas declaraciones para el programa Espejo Público de Antena 3. Ya estaba enferma, aunque, como buena artista, intentaba frenar cualquier tipo de especulación. No podía casi hablar, estaba afónica, pero no bajaba la guardia de bromear a través de la mímica. Su último gesto en esa grabación describía a la perfección su talante y talento: lanzó un emocionante beso mirando a cámara. Un beso que surgió espontáneo, pero con la fuerza de una gran mujer de los escenarios.

Porque Lina seguía siendo esa artista que no dejaba de pensar en el público e incluso de jugar con su personaje hasta cuando no estaba interpretando ningún personaje. Siempre intentando acabar en alto el show, aunque sólo fuera una entrevista callejera. Y es que Lina era de esas intérpretes que transmitía siempre la aureola de artista, que cuando la ves en el teatro, en el cine o en la televisión sientes que estás viendo algo especial. Y esa es la mejor meta que puede tener la televisión: conseguir que el espectador se sienta especial.

@borjateran

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(IMAGEN: ACADEMIA TV)

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