OPINION

La gran mentira de TVE

la gran mentira TVE
la gran mentira TVE

En los últimos años, se ha dibujado una percepción ciudadana negativa contra TVE. Se ha creado, poco a poco, una gran mentira acerca de la verdadera función de RTVE. La mala gestión política de la televisión pública ha desvirtuado su esencia y ha auspiciado un desinterés creciente hacia el canal, asentando una cierta imagen de que se trata de un gasto propagandístico que no sirve para nada que no puedan aportar ya las emisoras privadas.

Este estado de ánimo, cada vez más generalizado, está sin duda inducido por decisiones y mensajes de los propios mandatarios, que simplifican el valor de TVE con tópicos, que no van al fondo del asunto. Así, se menoscaba su función y se pone el foco en conceptos superfluos, sin amplitud de miras. A este clima también ha ayudado el hecho de que en España, en los últimos años y salvo excepciones puntuales en la programación, Televisión Española no ha ejercido realmente como televisión pública a nivel global. No ha contagiado ese necesario valor añadido de la TV pública.

La TV pública no es tan crucial para nuestras vidas como la sanidad o la educación, está claro. Pero, bien utilizada, su poder social sí está a la altura de estos servicios básicos. Porque TVE no es un gasto, es una inversión: una gran oportunidad para la sociedad. Como trampolín para la pluralidad y la diversidad, como herramienta para una ciudadanía más creativa, crítica y emprendedora, como impulsora del talento colectivo y como divulgativo retrato de lo que hemos sido, somos y seremos.

Porque se alardea mucho de la "racionalización" del gasto cuando se trata de producir industria cultural, como si fuera un mérito, cuando, en realidad, la cultura es uno de los instrumentos que más riqueza y compromiso común termina generando en una sociedad moderna.

De ahí que TVE no deba sufrir ese estereotipo superficial a la hora de entender la cultura como concepto elitista, minoritario y refinado. Tampoco la cultura se debe regular con cuotas que aten contenidos a la fuerza, aunque no sean de calidad. Grave error, la historia de la televisión demuestra que las cuotas programáticas (destinadas a la instrucción espuria o a reflejar expresamente minorías o colectivos) terminan fomentando la marginación de esos contenidos. No hay que esconder a las personas con discapacidad en guetos (léase programas hechos con desgana y emitidos en rincones de la parrilla de La 2) porque obliga la ley o realizar programas de teatro porque lo manda la normativa vigente. Así solo resultan relegados, deslavazados e invisibles.

El futuro de la televisión pública pasa por la integración de todos esos contenidos de forma natural y creativa para que lleguen a toda la gente gracias a la visión de los profesionales del medio, a través de una gestión independiente de los vicios, temores y desconocimientos de los partidos políticos. Más allá de formatos estancos y cronómetros.

Porque la cultura no sólo es el tópico de documentales, programas de libros o conciertos de música clásica, que lo es, claro, y siempre, por cierto, han existido este tipo de contenidos en TVE con un gran calidad. Como Pagina2 en La 2, que divulga el interés por la lectura de forma muy próxima y entretenida, o Los Conciertos de La 2, con una realización visual exquisita.

Pero la cultura es mucho más y debe abarcar todo el talento y movimientos que se cuecen en la sociedad. La cultura es realizar una radiografía del mundo en el que nos toca vivir, ya sea a través de la información, la formación, la ficción o el entretenimiento. Porque incluso los grandes espectáculos de prime time son cultura (cuando están bien hechos, claro). Como el especial de Joan Manuel Serrat con el que lideró en la pasada Nochebuena TVE. No fue solo un programa musical más. Fue una experiencia televisiva, con un guion, iluminación y realización magistrales, que descubrió a muchos la música de Serrat. A otros, simplemente, les emocionó.

Y esa televisión existe gracias a TVE. ¿Alguien se imagina que una cadena privada programe un especial de Serrat en prime time? No, a no ser que tenga polígrafo. TVE debe marcar esa alternativa de contenidos, sin ir a rebufo de las privadas y creando su propia agenda complementaria y, al mismo tiempo, competitiva: como impulsora de la industria audiovisual y, por ende, del resto de industrias que sustentan al país.

En esta era en la que se farda mucho de regeneración y de más exigencias democráticas, TVE es más importante que nunca en la primera línea. Necesita un modelo de financiación inteligente pero también unos gestores inteligentes, que entiendan con perspectiva el significado de la cadena. Y esto, obviamente, necesita que los políticos se olviden del control de TVE y la devuelvan a la sociedad.

Existen experiencias que demuestran que esto es más que posible. De hecho, es necesario para estar a la altura de las grandes democracias. Esas grandes democracias en la que sus ciudadanos se sienten orgullos de sus televisiones públicas. Porque se sienten reflejados, porque las perciben como suyas (de todos sin exclusión) y no del poder, porque en ellas encuentran contenidos que les interesan y les hacen avanzar. Porque creen en ellas. Porque les hacen mejores personas. Y así lo sienten.

Las cadenas públicas que ejercen, de verdad, de cadenas públicas son corrientes alternas de contenidos imparables, arriesgados, interesantes, innovadores, plurales y creíbles. Y esto no es una utopía. Es una necesidad para una España mejor. Sin embargo, parece que, de nuevo, estamos quedándonos en el tópico y perdiendo la última oportunidad de abrir miras. La oportunidad de aprender de la mejor historia de la televisión y exigir que TVE sea lo que debería ser. Y, entre tanto, nos conformarnos con la gran mentira: es imposible. Pero no lo es.

@borjateran

| ilustración Efe Suárez 

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