OPINION

'Historias para no dormir': así nos aterrorizó Chicho Ibáñez Serrador

historias para no dormir chicho
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Un 4 de febrero como este, pero de 1966, aparecía Narciso Ibáñez Serrador en aquellas emisiones, en blanco y negro, de Televisión Española. Era el presentador de su propia ficción, Historias para no dormir.

Si Alfred Hitchcock introducía su Alfred Hitchcock Present, Chicho hacía lo propio, dando paso a cada capítulo con un hipnótico prólogo. Porque Chicho siempre ha sido nuestro Hitchcock particular.

Y se lo pasaba muy bien presentando cada episodio, pues el mítico realizador de TVE reunía cuatro claves para traspasar la pantalla: las habilidades comunicativas del carismático maestro de ceremonias (siempre tuvo alma de actor), el malicioso instinto del guionista perverso, cierta capacidad de autocrítica social (y televisiva) y una buena dosis de humor negro, infalible en televisión para dar en la diana de la complicidad con el espectador.

La imaginación de Chicho Ibáñez Serrador iba más allá de los miedos de manual. Sabía que las limitaciones estaban para saltárselas o, en su defecto, esquivarlas. Y en esa habilidad para inventar a través de los resortes clásicos del género del terror siempre ha estado latente toda su obra, tanto en ficción como en programas, enriqueciendo cada historia con un magnetismo perenne. Porque, ya sea una película, una serie o un concurso (o hasta en un espacio de recetas de cocina), la meta es la misma: narrar una historia con carácter y buenos giros dramáticos.

Chicho fue un adelantado a su tiempo. Un visionario. Él inventaba la televisión. Experimentaba con sus engranajes. Y creaba estampas sin fecha de caducidad. Ya el logotipo de Historias para no dormir era una escalofriante (y reconocible) imagen de marca redonda: la puerta a contraluz abriéndose, con su chirrido y con su grito seco final. Una carta de presentación que había llegado para quedarse en la memoria colectiva.

Entonces no había demasiados medios, pero la falta de presupuestos no era un obstáculo ni excusa (como ahora). Desde los rudimentarios estudios de TVE de la época, desde el corazón de un recién inaugurado Prado del Rey (no en el Paseo de La Habana), Serrador evidenció su maestría para engarzar unas tramas que funcionaban a la perfección gracias a un ingenio al que no empalagaban las truculencias.

Chicho, que firmaba los guiones con el seudónimo de Luis Peñafiel, consiguió disimular esa escasez de medios para explorar en la química entre los elementos teatrales y los lenguajes de una televisión que se construía al mismo tiempo que un ingenuo público la iba descubriendo.

Y acertó. Pues creó unas historias con una textura inmortal. La primera 'El cumpleaños', adaptada de un relato de Fredric Brown. Después vendrían  otros episodios como 'La Alarma', 'El último reloj', 'El Muñeco', 'El extraño Sr. Killerman', 'El Museo de Cera', 'El Doble', 'El Tonel', 'El Pacto', 'El Cuervo', 'El Asfalto' (con escenografía de Mingote y premiado con la Ninfa de Oro de Montecarlo en 1967) o 'La Pesadilla', cintas que siguen aterrorizando aún hoy. Incluso el envejecimiento de la grabación genera una experiencia más turbadora en el espectador. Es la televisión que no envejece en su concepción. El motivo: cuenta con una mirada tan incontestable que la forma de ejecución de determinadas ideas de Serrador sigue siendo vanguardista cinco décadas después.

La sombra alargada de Narciso Ibáñez Serrador deja en evidencia que hay que disfrutar del terror, sí, pero sin aterrorizarse cuando toca experimentar con la inventiva. Y eso, en 2016, nos pasa demasiado.

El truco de Chicho Ibáñez Serrador que sigue vigente hoy

@borjateran

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