OPINION

Belén Esteban, el éxito de llevar una folclórica dentro

belen esteban salvame
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Anoche, de nuevo, Belén Esteban ha sido entrevistada, sin filtros, frente a la mirada cómplice de Jorge Javier Vázquez en Sálvame Deluxe.

El culebrón de su vida no tiene fin: ahora el malo de la telenovela es su propio representante, Toño Sanchís, que supuestamente ha estado robando, en los últimos años, grandes cantidades de dinero que pertenecían a la Esteban. Otro giro dramático perfecto para seguir alimentando la historia de la ex del torero. Ríete de Cristal. Ríete de Falcon Crest. Esto es mucho mejor, porque la protagonista es real, y de aquí, del barrio de San Blas.

No se agotan las tramas de la existencia de Esteban, siempre existe una nueva. Y esta de Toño es especialmente jugosa, pues el representante de los famosos, posiblemente el que tiene menos escrúpulos del panorama nacional, había alcanzado cierta popularidad mediática. Era inseparable de la colaboradora de Sálvame.

Aunque el conflicto con el manager (de ser el mejor amigo íntimo ha pasado a ser dibujado con un maquiavélico personaje de manual) no es lo más importante. La clave del éxito del drama de la vida de Esteban está en el magnetismo que ella desprende a la hora de narrar cualquier episodio de su vida, con una naturalidad de descansillo de escalera o, en su defecto, tendedero de corrala. Y esto traspasa la pantalla despertando un colosal grado de empatía e identificación en el público. Su presencia en primer plano casi hipnotiza. No puedes dejar de escuchar lo que dice. Es un tópico pero es verdad: es un animal televisivo en toda regla.

Porque Belén Esteban es como esas folclóricas que ya casi no quedan y que te dejaban pegado a la pantalla. Como lo fueron, salvando todas las distancias artísticas, Lola Flores o Rocío Jurado. Ellas hablaban en los platós sin demasiadas corazas, sin conocer el significado de lo políticamente incorrecto y, sobre todo, controlando poco o nada la información que soltaban. Simplemente se dejaban llevar por su instinto. Y lo aderezaban con un aluvión de datos accesorios (nombres, direcciones donde sucedían las cosas...) que daban a las historias una proximidad tangible aún mayor.

Belén Esteban no canta, no baila (ya lo demostró en aquel carnaval de Tenerife) y ha vivido de su intimidad televisada durante más de 20 años. Pero la fascinación que desprende tiene mucho de aquellas folclóricas que se bastaban consigo mismas para resultar interesantes ante una cámara.

Porque es indudable que ella tiene un talento especial para explicar su vida como un torbellino del que es difícil escapar si te lo encuentras delante, seas consumidor de la información rosa o no. Esteban es una folclórica de nuevo cuño, propia de la televisión de nuestro tiempo, en la que lo de menos es el mérito artístico. Basta con una personalidad abrumadora, capaz de generar filias y fobias con la misma intensidad. De eso ella anda sobrada. Por eso, le pese a quien le pese, se ha convertido en un personaje clave de la cultura popular de los últimos años.

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