OPINION

El fracaso de los príncipes y princesas de Cuatro: ¿el fin de la televisión tróspida?

un principe para tres princesas final
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Un Príncipe para Corina sorprendió. Y llegó su secuela, Un Principe para Laura, pero el fenómeno se desinfló. El programa cayó en el error de calcar la dinámica de la primera edición, repitiendo roles de los participantes (nerds, guapos, simpáticos, únicos).

Esta temporada, Cuatro ha puesto remedio a este defecto con una fórmula renovada para el mismo formato. Ahora han sido tres princesas (chonis) las que se han disputado una legión de hombretones, para todos los gustos y disgustos.

Sin embargo, tras los fuegos artificiales de los dos primeros capítulos, la audiencia se ha ido esfumando. El programa ha terminado pasando desapercibido hasta su desenlace, que ha crecido en interés con 7.4 por ciento de cuota y 1.236.000 espectadores (quinta opción de la noche). Pero sólo sus más fieles han aguantado toda la temporada , ¿qué ha pasado? ¿se ha agotado esa tendencia que parecía en expansión del surrealismo de la tele tróspida?

La tele tróspida aún está por inventar. No es su final. No ha muerto. Es más, está remontando y alcanza resultados por encima de la media de Cuatro. Pero sí necesita un giro, pues este género pierde fuelle tras la expectación inicial del estreno. O lo que es lo mismo: cuando terminan las desternillantes presentaciones de cada personaje tras las primeras emisiones.

Los creadores de Un príncipe para tres princesas, Warner España (antes Eyerworks, requeteantes Cuatro Cabezas), son maestros del guion y montaje que transforma la realidad en una telecomedia del absurdo, presentando perfiles de concursantes tan excéntricos como adictivos.

El truco está en grabar mucho y luego remontar las declaraciones y gestos, aderezándolos con músicas, efectos infográficos (dibujitos varios) y soniquetes que crean una genuina parodia de cada protagonista del casting del programa. Al terminar estas efectistas presentaciones, un grueso público se va.

Una vez que el espectador ha descubierto a todo el elenco, Un príncipe para tres princesas muta en un reality al uso. Un show con menos capacidad de sorpresa, que depende de un casting que ya está resabiado de las artimañanas del género y no da un juego tan ingenuo como en la primera edición, que no olvidaba los giros dramáticos en la trayectoria de los participantes. Incluso convirtiendo a un friki de los superhéroes en el más deseado del formato.

Este año, los vuelcos de telecomedia con un toque emotivo de Un príncipe para tres princesas han sido escasos. Tampoco ha ayudado la eterna duración del formato y que ha competido frontalmente con el más morboso Casados a primera vista.

La audiencia de este tipo de televisión demanda grandes dosis de humor con el que interactuar desde casa y las redes sociales. Si falta comedia, se va. Pero, además, ha pinchado un casting que necesitaba ser más absurdo y con menos perfiles de musculados que recuerdan al catálogo de Mujeres y hombres y viceversa. Porque los tronistas son antónimo del público afín al género tróspido y a la propia esencia de Cuatro.

Un príncipe para tres princesas no es el fin, es otro punto de inflexión del que se saca otro aprendizaje: estos formatos suelen tirar mejor con más tramas capitulares autoconclusivas (presentación participantes, desarrollo trama central y desenlace cada día). No alargándose hasta el infinito del olvido.

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@borjateran

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