Sí, Rodolfo Chikilicuatre ha sido la mejor propuesta de España en Eurovisión a nivel televisivo. Al menos en los últimos diez años. Porque nunca hay que olvidar que Eurovisión es un gran espectáculo de televisión, y la candidatura de TVE en el año 2008 logró crear una actuación rotunda que no pasaba desapercibida. En tono, en puesta en escena y en historia. Porque Chikilicuatre narraba una historia, a través del guion que retrataba a unos antihéroes, que destacaban sobre el resto y encarnados por unos actores que se toman su trabajo muy en serio. Porque el buen humor es muy serio. De ahí que fueran hasta a las recepciones institucionales que se celebran en Eurovisión caracterizados de sus personajes.
A diferencia de lo que sucede habitualmente con nuestros cantantes eurovisivos, el equipo del chiki chiki no dio palos de ciego y diseñó una estrategia clara y firme. Desde su elección en aquella gala presentada por Raffaella Carrá en los Estudios Buñuel hasta el regreso a España. Inolvidable es la conexión con Carrá, tras el festival, en la que Silvia Abril, que encarnaba a una de las bailarinas (Disco-Gráfica) se tropezaba vía satélite y su compañera decía aquello de "Gracias, Andorra". Todo un homenaje a la intensidad exagerada de los tópicos eurovisivos. Porque el buen cómico nunca se relaja:
El efecto Chikilicuatre diseñó una actuación con entidad propia. No improvisó. Marcó una coreografía perfecta para la emisión: la guitarra de Chikilicuatre, la rotulación en el fondo del escenario de los particulares nombres de los bailes ("el robocop, el crusaito") y los delirios de las bailarinas, donde la milimetrada caída de Silvia Abril fue gran protagonista de la noche.
Como consecuencia, la actuación no pasó desapercibida. España fue cómplice y se reía de sus propios complejos en un festival que se suele hacer el sueco con nosotros. Esta vez, a diferencia de otras, no pretendimos imitar tendencias que aparentemente funcionan. No quisimos ser nada que no somos. Y Chikilicuatre se colocó en un decente decimosexto puesto, mejorando la posición española (desde Ramón en 2004, quedó décimo).
La propuesta no se parecía a nada ni a nadie. Era Chikilicuatre, un personaje surgido como una gran broma de Buenafuente que, al final, logró infiltrarse entre los artistas que se presentaban a la selección abierta de TVE en MySpace. Llegó a la final y fue elegido por el público. Como si fuera una catarsis colectiva, España se alió con Chickilicuatre y la canción alcanzó uno de los mejores datos de audiencia de los últimos eurovisiones con 13,9 millones de españoles y un 78,1 por ciento de share.
TVE no se centró en contentar sólo a los eurofans. La cadena apostó por un formato que abría democraticamente las posibilidades de participar en Eurovisión y lo siguió hasta las últimas consecuencias, sin vetar a nadie por canal o peculiaridad. Así ganó el humor. Un humor bien diseñado, con un trabajo de producción e interpretación de larga duración, que hizo Marca España internacional: como un país que sabe crear propuestas diferentes y relativiza Eurovisión como lo que es: un gran show televisivo en el que mejor sorprender que imitar. Contra todo pronóstico Chiquilicuatre tuvo su sentido: ocho años después, ver su actuación nos sigue sacando una nostálgica sonrisa. Y demuestra la mejor televisión, la del instinto del espectáculo antes, durante y después de salir a escena, la que se atreve a romper convenciones para encontrar algo único e irrepetible... inolvidable.
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