OPINION

Las 5 ideas con las que Barcelona'92 revolucionó las ceremonias olímpicas

final labrador
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Llegó el momento de Río de Janeiro. Este viernes, se abren los Juegos Olímpicos de 2016 con la tradicional ceremonia de apertura. Un clásico que Barcelona'92 reinventó para siempre, pues la organización española transformó una tediosa gala, en un gran espectáculo para el mundo. Lo hizo así:

- Adiós al desfile casi militar. Hola al espectáculo de lo imprevisible

Barcelona’92 incorporó un nuevo lenguaje desde los primeros instantes. Los responsables de las ceremonias de apertura y clausura, encabezados por dos grandes publicitarios, Luis Bassat y Pepo Sol, tuvieron claro que había que huir de los habituales faustos que mostraban un mundo idealizado, feliz y perfecto para enseñar la realidad del mediterráneo: con lo bueno, lo malo… y lo salvaje. La Fura dels Baus puso el resto.

En el Estadio Olímpico de Montjuic hubo soles, mares, caos, cuerpos… se representó la guerra, el dolor, el sida e, incluso, apareció Hércules. Se había terminado con la gala idealizada, con desfiles casi militarizados, que convertían el evento en algo frío y previsible. Barcelona inauguró la ceremonia comprometida, casi artesanal y con instantes para la reflexión.

- Adiós a la televisión como elemento testimonial. Hola a la televisión como elemento crucial del show

En la historia de los Juegos Olímpicos la televisión era una especie de agente externo, que iba e inmortalizaba el momento de forma testimonial. A partir de Barcelona’92 la tele era arte y parte del evento.  Televisión Española consiguió que la realización visual envolviera e impulsara lo que estaba sucediendo en el Estadio Olímpico, que contara mejor la historia para que el espectador no se perdiera nada, entendiera todo y, lo más importante, sintiera la experiencia de la forma lo más armoniosa posible. La expresividad era la meta. Y una cámara desde un helicóptero regaló unas imágenes espectacularmente memorables de aquella noche barcelonesa, noche en la que gracias a la televisión se logró transmitir a los cinco continentes la pasión de una ciudad bonita y que, además, gritaba, a coro, “¡Hola!” al mundo. La ciudad aprovechó la tele para realizar un spot impagable que aún trae turistas.

-Adiós a los artistas encorsetados en el guion. Hola a los artistas sintiéndose partícipes de un acontecimiento histórico

El prestigioso publicista Luis Bassat, presidente de la organización de las ceremonias de Barcelona, sólo tenía una peseta para pagar a cada gran artista que debía participar en el sarao. Todos aceptaron. El reto lo merecía. Pepo Sol quería mezclar géneros y propuestas que representaran un país tan variopinto como talentoso. Y arriesgó con Montserrat Caballé, Josep Carreras, Placido Domingo, Cristina Hoyos, Alfredo Kraus, Aume Aragall, Teresa Berganza y, por supuesto, tampoco faltó la rumba catalana de Peret, en la clausura.  Se consiguió que los artistas se sintieran esenciales del proyecto y la mezcolanza de géneros rompió con etiquetas ya vistas en busca de hacer un show universal que emocionara más allá de culturas e idiomas.

- Adiós al público pasivo. Hola al público como actor protagonista

Los ciudadanos, que inundaban las calles y el estadio olímpico, fueron el otro gran protagonista de las ceremonias. Barcelona demostró una ilusión acogedora y activa que traspasó las conexiones vía satélite. El público estaba entregado, se sentía actor principal y desprendía que lo estaba disfrutando. Además, las ceremonias propiciaron un público partícipe, que desde su asiento tenía tareas encomendadas con pequeñas luces. Cualquiera que estaba en el Estadio de Montjuic tenía su cometido. Hoy es una característica habitual, pero entonces la grada viva y con diálogo era un atrevimiento marciano.

-  Adiós a la previsibilidad de la gala institucional. Hola a la tensión más emocionante de un buen espectáculo

El momento culmen de la gala de apertura fue cuando el arquero Antonio Rebollo lanzó en la diana del pebetero el fuego olímpico. Lo hizo a través de su flecha. Acertó, sí. Pero en los ensayos no estuvo siempre tan atinado. De hecho, había un mecanismo que activaba el pebetero sí o sí. Por si las moscas. Fue el gran instante para pasar a la posteridad y arañar el nervio de la multimillonaria audiencia. Una original puesta en escena, tan espectacular como tensa, que tampoco olvidó la importancia de incorporar una banda sonora de película de acción que aumentaba la emoción del momento crucial. Rebollo encendió el pebetero, claro. Y el zoom calculado de TVE aupó una imagen magistral que ha quedado tatuada en la retina de un país. Fue el resultado del boom creativo de la España de los años ochenta y principios de los noventa, una época en la que se creía que con audacia, ilusión, talento e imaginación se podían lograr las metas. Y se lograron.

@borjateran

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