OPINION

El error antitelevisivo de la ceremonia inaugural de Río 2016

mapping rio
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Río de Janeiro ha estrenado sus Juegos Olímpicos con una ceremonia inaugural que no pasará a la historia como la más televisiva. Al contrario, ha supuesto una involución después de las de Londres o Pekín.

El problema está en que el lado narrativo del evento se ha centrado en la tecnología del mapping, que consigue proyecciones en movimiento en tres dimensiones. Este sistema es un espectacular aliado que, al mismo tiempo, se ha transformado en enemigo, pues ha condicionado demasiado el espectáculo.

Porque la perfección del mapping, que tan bien funciona en fachadas de monumentos, es contraproducente a través de la televisión si el concepto no viene bien aderezado de elementos escenográficos surgidos de la creatividad tradicional. Así se permite la sumersión del público y se evita que, desde la pequeña pantalla, el resultado parezca un impecable dibujo animado de ordenador sin sensibilidad especial.

En tiempos en los que la televisión tiende hacia los contenidos inmersivos, el mapping ha atado esta ceremonia a una serie de planos de cámara desde las alturas, que han limitado el efectismo de la retransmisión. Impidiendo una mayor versatilidad del espacio escénico. En este sentido, tampoco ha ayudado que no se haya narrado una historia de forma coherente, de principio a fin, con un hilo argumental definido.

De repente se forma una selva. De repente aparecen colonizadores. De repente surge una ciudad. De repente arranca una gala musical. De repente desfila una famosa modelo por medio del estadio Maracaná. Parece que acude a algún sitio y que cuando llegue a su meta pasará algo. Pero no. De repente el escenario se apaga y a otra cosa, mariposa.

Elementos inconexos. Sin acción pensada para una reacción, detalle clave en cualquier buen espectáculo. Ha faltado una concatenación lógica de sucesos que mantenga enganchado al público. O, al menos, lo intente -a pesar de la dificultad añadida de la eterna duración del invento-. Porque con el efectismo del mapping no basta como antídoto contra el aburrimiento.

Menos aún si el realizador no puede zambullirse por las entrañas del espacio escénico -a pesar de las posibilidades del leitmotiv del ecologismo presente toda la velada-, ya que ha necesitado enfocar desde un encorsetado ángulo elevado para que, así, se entienda lo que se proyecta en el suelo. La realización no ha sido desde dentro del show, ha sido desde fuera como si la televisión fuera un caótico agente externo. Lo que ha favorecido una ceremonia más fría, al ir escasa de planos próximos que retratasen la emoción de la expresividad de los intérpretes y el público.

Ha faltado, pues, narrar una historia con más ángulos, más coherencia, más orden, más personalidad. Como la que tiene y merece Brasil, Sudamérica y su apasionante cultura. Sin embargo, esta vez, no se ha logrado remover al espectador con esa riqueza cultural. No se ha marcado con fuerza un carácter diferenciado sobre otros lugares del planeta que también tiene colonizadores, ciudades anárquicas y modelos desfilando.

Y ahí estará el porvenir de las ceremonias olímpicas: aprovechar la plataforma de los JJOO para celebrar y promocionar los valores del deporte y la cultura a través de un espectáculo que sepa entretener al mundo enseñando la personalidad del país organizador. Hacerlo sin perderse en rodeos, sin miedo a reinventar costumbres (presentar el desfile de todos los países de otra forma más breve, quitar los encorsetados atriles a los discursos...) y, sobre todo, desarrollando una historia con un hilo argumental claro, contundente, conexo y conciso. No cuentes en cinco horas lo que puedes narrar en dos. O dos y media.

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@borjateran

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