OPINION

La falsa obsolescencia de RTVE

abrazo tve
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La salud de un país va intrínsecamente relacionada con su capacidad de cuidar la cultura. Una cultura plural que en España, en cambio, realiza un viaje hacia la invisibilidad. Los políticos lo demostraron en la campaña electoral. Unos y otros. La cultura relegada, olvidada, infravalorada. Como la televisión pública, utilizada como arma arrojadiza en campaña sin poner en alza su valor real.

Porque RTVE tiene valor. Aunque no siempre se quiera ver. Incluso por su propio accionista mayoritario, la SEPI, sociedad que entiende de números y gastos pero, probablemente, no de la intangible inversión que supone una televisión pública, equivalente a la del sistema educativo.

Sin embargo, el análisis de fondo sobre RTVE se realiza comparándose con la audiencia de las televisiones privadas y con la entrada de nuevos operadores en el ámbito de pago, como la plataforma de pago Movistar+ o compañías como Netflix o HBO. Y se crea la percepción de que TVE se ha quedado obsoleta. Como si la cadena pública ya no tuviera demasiado sentido.

Pero eso no es culpa de RTVE como tal, es culpa de una mala gestión de su programación. De hecho, hasta hace sólo cinco años, Televisión Española era competitivo líder de audiencias y referente creíble en información. Ahora sufre una crisis histórica debido a una mala dirección en sus contenidos, descompasados del momento que vivimos. Una crisis histórica que se está a tiempo de corregir.

Porque la esencia de RTVE, una de las cadenas públicas europeas que menos cuesta al Estado, sigue siendo necesaria como el gran motor cultural y creativo de España. La corporación sólo necesita zambullirse en su ADN con visión e invertir y arriesgar en producciones valientes. Porque TVE, además de informativos, también es inversión en atractivo entretenimiento de calidad. Y, para ello, no hay que realizar la misma programación que las cadenas privadas o quedarse estancados sólo en magazines con reporteros hablando del tiempo, telenovelas de época o añojos programas de corazón. Al contrario, se debe contar con la amplitud de miras periodística y en entetenimiento para dar una alternativa que frene una homogeneización cultural española que depende de las decisiones y límites de sólo dos operarios privados principales, Mediaset y Atresmedia.

Para lograrlo, RTVE necesita un proyecto de consenso de largo recorrido, independiente, no atado a los vaivenes de la batalla política. Un modelo en el que el éxito o fracaso de TVE y RNE no se debe comparar con los rendimientos de los audímetros. Se debe mirar por su aporte a la sociedad.

No obstante, parece que pocos ven la importancia de RTVE como organismo clave para crear un país más creativo, más innovador, más lúcido. Un país que cuida su propia cultura, que retrata con perspectiva su tiempo y que proyecta su propia mirada al mundo. Como sucede con las televisiones públicas de nuestro entorno.

En otros grandes países de Europa difícilmente se plantearían que la entrada de Netflix, HBO o el crecimiento de canales de TDT (que en su mayoría emiten espacios norteamericanos -y superficiales- doblados) pueda mermar la capacidad de sus televisiones públicas y, por consiguiente, deberían replantearse su razón de ser. Como si TVE dejara de ser necesaria. De nuevo, en España da la sensación de que nos quedamos cortos en la capacidad de analizar el papel crucial de RTVE.

Porque ni Netflix, ni HBO ni otros operadores privados van a crear los contenidos que puede y debe RTVE, contenidos más allá de su negocio. Contenidos que abracen nuestra idiosincrasia. Contenidos que movilicen la acomodada industria audiovisual española. Contenidos que puedan llegar a todos, sin exclusión por factores económicos o sociales. Contenidos que nos hagan sentirnos identificados y orgullosos de la televisión pública por su aporte visible a la sociedad. Y estos contenidos existen, el problema es que ahora pocas veces se materializan o, cuando si se aprueban, se programan mal y son invisibles por la mala táctica de programación de los últimos años. Tampoco ayuda que no se sabe proteger y divulgar los valores de la compañía.

Con este panorama, la sociedad tampoco contempla ya ni siquiera la posibilidad de sentirse orgullosa de su televisión pública, pues se ha acostumbrado al hecho de que la gestión de Televisión Española no ha sabido tomar el pulso a su tiempo.

Y en la revolución tecnología y de las narrativas audiovisuales que nos está tocando vivir, RTVE tiene que ir por delante para no quedarnos atrás (ya lo ha hecho con el fenómeno de El Ministerio del Tiempo o con los actuales Juegos Olímpicos). Porque la función de RTVE sigue intacta. Otra cosa es que deseemos de verdad un país que cuida, preserva y valora su creatividad. Una creatividad que no se mide con una fórmula matemática ni fríos datos de share, sino que se crea a través de las ideas que no tienen miedo a las ideas.

@borjateran

A FONDO:

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