OPINION

'Hermano mayor': lo que tiene de realidad y de ficción el programa de Cuatro

grafiti hermano mayor
grafiti hermano mayor

Los viernes por la noche la incredulidad del espectador crece al ver Hermano Mayor. ¿Cómo pueden dejarse grabar estos jóvenes tan conflictivos? ¿Será un montaje de la tele?, son algunas de las preguntas que surgen al observar el programa de Cuatro.

Porque es tanta la crudeza de la emisión que muchos televidentes dudan de que sea verdad lo que sucede en este formato de Jero García. Piensan que son actores o figurantes.

Pero no, no son actores: son casos de verdad. De hecho, si fueran figurantes dando vida un guion se notaría, ya que hay que ser un magistral intérprete para no sobreactuar. Y los grandes intérpretes no están a estos menesteres.

Hermano Mayor consigue grabar ese elevado índice de verdad porque conlleva un arduo proceso, en donde se genera un clima de confianza entre el equipo y los miembros de la familia protagonista, pues el rodaje se dilata. En este tiempo, el conflicto sale a flote y las cámaras pasan a un segundo plano. Su estado emocional propicia que los participantes se olviden de la grabación cuando Jero García les lleva al límite e incluso sus egos pueden propiciar más provocaciones chulescas con los equipos de televisión delante.

Porque son víctimas que se convierten en verdugos de su entorno y de sí mismos. Su personalidad desbordada impide que controlen su desesperación o nerviosismo hasta cuando están siendo grabados ante unas cámaras por las que, además, en algunos casos, pueden sentir cierto grado de atracción.

De ahí que, a la desesperada, en muchos casos, sean ellos mismos los que aceptan participar en el formato de Cuatro como terapia salvavidas. Pero Hermano Mayor no es una ONG, es un programa de televisión.

Su buen rendimiento de audiencias es consecuencia directa de la agresiva forma en la que el programa retrata el conflicto familiar a través de narrativas visuales muy pensadas. Todas las emisiones siguen una misma estructura dramática definida, en la que se utilizan los engranajes de la ficción tradicional. Como si fuera una culebrón, la emoción y la tensión se enfatiza con músicas y zooms de cámara que van marcando el compás de la percepción del conflicto en el público.

Primero Hermano Mayor explica el problema. El espectador descubre al protagonista de la edición y sus familiares.  Esta parte del programa se suele rodar en localizaciones inhóspitas. Al poder ser, con mucho grafiti en paredes. El motivo: en el imaginario colectivo el grafiti se relaciona con caos, inseguridad y conflicto, no con arte urbano.

A la vez que dibuja los perfiles de los familiares y el personaje principal, el docushow va retratando vehementes discusiones en su entorno que contextualizan al espectador el problema. Para, después, poner a prueba al joven problemático y sus familiares con diferentes "trampas" y juegos metafóricos que sirven de terapia para que se percaten de su situación y cambien de actitud.

Al final, en el desenlace del programa, la hostilidad que ha ido narrando el programa da un giro hacia la esperanza. De nuevo, son importantes las músicas, pero también la fotografía visual. Más calida, más acogedora, más ñoña.

Porque, aunque sean reales los casos, la televisión utiliza los clichés y prejuicios del propio espectador para adornar la historia y que se entienda mejor. No es nada extraño, el éxito o fracaso de cualquier programa está en su capacidad de narrar. Y Hermano Myor logra su objetivo narrativo: descolocar al público con incompresibles personas que parecen indomables pero que, en realidad, son empáticas víctimas de sí mismas.

@borjateran

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