OPINION

La regla básica de la televisión que desmonta Pablo Motos

Sigourney-Weaver-el-hormiguero
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Pablo Motos rompe con uno de los grandes cánones de la televisión: el presentador de un programa de entretenimiento debe caer entrañablemente simpático al espectador. Siempre. No es el caso: Motos puede caer mejor o peor, pero no transmite precisamente una excesiva candidez.

Ni lo intentes, Pablo. No te sale. Ni cuando te pones moñas. Pero no pasa nada, porque tu personalidad es otra. Se nota que eres el alma del programa y entiendes los engranajes del espectáculo de horario de máxima audiencia. A veces, incluso demasiado.

Y esa es la fortaleza y a la vez la debilidad de Pablo Motos para alcanzar la empatía con el público: es meridianamente transparente. La cámara retrata con claridad su obsesión por lograr el gran momento de show con sus invitados y colaboradores. Cueste lo que cueste. Lo intenta y reintenta. Su expresividad lo evidencia por sí sola, sus ojillos ávidos no lo pueden disimular.

Es un clásico en la tele: la dureza del minucioso director de programas, solo que en este caso el director no está dictando órdenes detrás de las cámaras, sino delante. Y así le vemos constantemente, en ese tour de force constante consigo mismo, intentando resultar majo con el invitado pero al mismo tiempo exprimiéndole hasta las últimas consecuencias. De ese plató no se va sin hacer lo que Motos quiere.

Y Motos quiere el más difícil todavía. Su audiencia fiel lo agradece. Pero no deja de perturbar cuando se palpa en la emisión el sufrimiento ajeno. Como ha sucedido esta semana cuando Motos ponía a Pilar Rubio en el brete de saltar desde lo alto del edificio que donde se graba El Homiguero. La colaboradora dudó, pero lo hizo. Sudores fríos entraron. No había peligro, se utilizaba la técnica de los especialistas de cine. Pero, al mismo tiempo, es curioso que un presentador que comparte con ímpetu protagonismo con sus invitados en cada juego y prueba, no siempre experimente en directo en sus propias carnes los retos que pone a su colaboradora Pilar Rubio.Tal vez, la próxima temporada.

Ha habido muchos ejemplos "violentos" de este "todo por el espectáculo" en El Hormiguero. Recordemos a Miguel Ángel Muñoz y su incredulidad por tener que ser picado por una abeja en directo. Motos le obligó. "Venga, Miguel Ángel, que se me va a acabar el programa", dijo empujándole hacia el asiento en el que la abeja le picaría. Y el actor no lo pasó demasiado bien. Hoy ha venido a divertirse a El Hormiguero...

Al público, resabiado de tele, agradece la creatividad, pero, en cambio, su presentador genera cierto desconcierto porque no siempre parece disfrutar de su propio show al buscar desesperadamente la gran catarsis a la hora de sorprender a la audiencia.

Quizá esto es lo que hace único a El Hormiguero. Quizá por eso Sigourney Weaver parecía más aterrada el otro día por Pablo Motos que por todos los aliens a los que se ha enfrentado en el cine.

@borjateran

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