OPINION

Lo que no ves de 'OT, el reencuentro'

rosa abrazo chenoa ot reencuentro
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Nuevo domingo de catarsis colectiva gracias a la resurrección de un fenómeno televisivo que marcó a varias generaciones. La segunda parte de OT, el reencuentro ha llegado con Àngel Llàcer como guía y conductor. Tras el primer sofoco matinal de la semana pasada con Noemí Galera al frente y el repaso del repertorio musical, ahora ha llegado la sobremesa con Llácer revolucionando a los dieciséis con su instinto del espectáculo habitual, que sabe reírse de sí mismo y pillar las indirectas que revolotean en el ambiente.

Porque más que un documental, esta serie de especiales de OT, el reencuentro ha inaugurado un nuevo género televisivo: el reality gourmet. Y eso es lo que el espectador no ve, ni lo tiene que ver. Ni se percata.

El programa, bajo la dirección maestra de Nia Sanjuán y la realización consciente de su tiempo de Taida Martínez, ha sabido diseñar una planificación de cámaras compleja que, sin embargo, es tan sutil que el espectador ni se da cuenta de ella. Una planificación diseñada con brillantez para que la audiencia no se pierda nada de lo importante, pero también para que la audiencia viva una experiencia plagada de detalles.

OT, el reencuentro se podía haber quedado en una reunión facilona de concursantes, rescatando varias canciones de las galas, un puñado de anécdotas de la academia y algún que otro trapo sucio. Pero el equipo ha sabido crear un lúcido formato dividido en tres partes del día, cada una con su propia personalidad: mañana, sobremesa y, la guinda, en un cine nocturno al aire libre con Nina (que veremos la próxima semana).

Si juntar a los dieciséis parecía misión imposible, también se antojaba más que complicado hacer justicia a este reencuentro con un tiempo de grabación tan limitado (una sola jornada). Y sin duda lo están consiguiendo con creces. En la forma y en el fondo de estos documentales, tan elegantes y luminosos en lo visual y tan reconfortantes en esencia, incluso terapéuticos, para esos dieciséis concursantes y también para nosotros. Porque, aunque no seamos cantantes, es muy fácil reconocerse en ellos.

OT, el reencuentro hace una radiografía del tiempo, del éxito y del fracaso, de la amistad, de los sueños, de las frustraciones, del paso de la juventud a la madurez. Todo en el mismo saco. Nos cuenta la historia de los últimos quince años de los triunfitos de la primera edición y lo hace con infinidad de matices, con lenguaje verbal y no verbal, con conversaciones en primer plano y comentarios en segundo plano. "Cortad, cortad", se escuchó decir a Chenoa cuando Rosa se emocionó al ver su abrazo con Bisbal. Una experiencia que permite más de un visionado, porque en segundos y terceros vistazos siempre descubres un nuevo detalle, una nueva frase, una nueva mirada de uno a otro. 

Magnífica la labor de Llàcer como psicólogo que conoce muy bien a esos concursantes. Esta segunda entrega nos ha regalado momentazos (el más comentado, claro, ¡Bisbal abrazando a Chenoa provocando que Rosa llore!) e instantes en los que todos se han confesado con una sinceridad abrumadora, casi incómoda de escuchar. Son supervivientes, cada uno a su manera, de un fenómenos que habría sobrepasado a cualquiera.

Y por la buena cocción de estos ingredientes OT, el reencuentro también está siendo un éxito tan grande, recuperando buena parte de lo que hizo de Operación Triunfo 1 un éxito tan colosal: transmite verdad. Los dieciséis concursantes salen reforzados de este reencuentro, más humanizados (también Bisbal, mucho más integrado en esta sobremesa), más empáticos, más tangibles y cercanos que nunca. Porque en el fondo, lo que están llevando a cabo TVE y la productora Gestmusic con OT, el reencuentro es un enorme canto de amor al formato y a esos chicos y chicas a los que, para bien y para mal, cambiaron la vida para siempre.

El reencuentro de OT: una bomba emocional sobre la pérdida de la inocencia

@borjateran

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