OPINION

Los Goya 2017: lo mejor y lo peor de una gala terriblemente pobre

dani rovira goya 2017
dani rovira goya 2017

Tercer año de Dani Rovira al frente de Los Goya. Y un presentador que repite tanto ya es un hito para la ceremonia del cine español. Sin embargo, el cine español aún no aprovecha la plataforma televisiva de Los Goya para transmitir su talento a las audiencias masivas de la pequeña pantalla.

Los Goya 2017 siguen contagiando una inevitable sensación de gala pobre, no precisamente a la altura del cine que se premia. El principal problema del sarao puede que radique en el hecho de que se realiza en un lugar no apto para un show de estas características. Un auditorio de un hotel de carretera con unas butacas feas y hacinadas y un escenario sin espacio para lucir espectáculo en televisión, pues no cuenta con profundidad ni posibilidades para jugar con las cámaras en la realización. Menos aún si en ese minúsculo set se introduce una orquesta con su director y sus músicos, dejando apenas unos escasos metros para presentadores y premiados y generando cierto caos en las entradas y salidas. Al menos, ninguno de los numerosos entregadores de premios se cayó por las escaleras. Mal asunto que las entradas sean tan poco accesibles cuando los invitados pueden tener dificultades para subir o bajar en una velada en la que, además, abundan los tacones infinitos.

El auditorio, con esa moqueta con efecto de raída, medio roja, medio gris, en las escaleras, añade al evento un toque cutre que no pasa desapercibido. Porque, sí, Los Goya de este 2017 han sido cutres. Han tenido más ritmo que otras ediciones, pero, al mismo tiempo, la ceremonia ha resultado un desfile de gente y premios sin personalidad ni entidad, en el que ha sobrado rigidez, ha faltado emoción y sentimiento y han primado los discursos de agradecimiento aburridos y sin interés para el público. Por suerte, Emma Suárez estaba allí para remediarlo.

Como otro punto a favor, Dani Rovira ha sabido salirse del miniescenario y jugar con el patio de butacas, interaccionando en sus apariciones con las estrellas del cine patrio, que este año sí había. Estaba hasta Almodóvar. También lo ha hecho durante su monólogo inicial, tal vez un poco largo, pero cargado de la poderosa capacidad del cómico para conseguir carcajadas espontáneas.

En ese arranque, ha sido de agradecer el atrevimiento de la realización al apostar por una frenética coreografía de planos a ritmo con el texto del presentador durante unos segundos. Sin embargo, a Los Goya de 2017 les ha faltado una escaleta realmente pensada para la televisión. Y parece que nunca aprenderemos en esto. Llegó demasiado temprano el discurso de la Presidenta de la Academia, cargado de tantos tópicos. Mejor lo breve con un mensaje contundente y pasamos rápidamente a lo siguiente.

TVE y la Academia han producido grandes galas de Los Goya y deben recuperar esa esencia de gala cómplice con el espectador, con más travesuras creativas y menos mirarse el ombligo.

Si lo que se quiere es que el espectador se encariñe más con el cine nacional, lo ideal sería ser capaces de explicar mejor el cine que hacemos con la ayuda del entretenimiento televisivo. En cambio, tras galas sublimes como las de Buenafuente, hemos vuelto a anquilosarnos en el concepto de gala antigua sin giros emocionales de guion, que no puede compararse, ni de lejos, con entregas de premio internacionales. Para el año que viene, como mínimo, que hagan hueco en el escenario para un dispensador de agua con sus vasitos. Que los discursos tan largos y aburridos secan mucho las bocas.

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@borjateran

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