OPINION

Las tácticas de los Oscars 2017 para atrapar a la audiencia (hasta el final)

jonson
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Los Oscar, como cualquier gala de premios, es una emisión tediosa. Demasiados premiados con sus respectivos agradecimientos a familiares y amigos. Pero los responsables de la Academia han entendido que su sarao no deja de ser un show de televisión y acuden a profesionales del medio catódico para que la gala no caiga en la trampa endogámica. Así, este año, Jimmy Kimmel se ha convertido en el maestro de ceremonias, siguiendo la estela de las brillantes ceremonias comandadas por Ellen DeGeneres.

De nuevo, el acierto de los Oscars ha estado en que han centrado el protagonismo del show en el patio de butacas. Las celebrities de Hollywood son las principales protagonistas y el programa las aprovecha constantemente. El espectador quiere ver sus reacciones, el guion de la gala exprime a las estrellas del séptimo arte y la realización está al quite para enfocar bien los caretos que ponen.

Si con Ellen DeGeneres se pidió una pizza a un restaurante cercano -con la correspondiente aparición estelar en el teatro del repartidor-, en esta edición se ha dado una vuelta de tuerca y se ha sorprendido a los viajeros que estaban realizando un tour turistico por Los Ángeles. Al más puro estilo de Sorpresa, sorpresa, los turistas no sabían que les iban a introducir en el auditorio en el que se estaban realizando los Oscar. O eso decía el presentador.

Aunque el atino de este momento a lo Isabel Gemio ha estado en que se ha ido explicando el sketche por partes en varios fragmentos de la gala y, de esta forma, se ha conseguido cebar la aparición de los turistas con el tiempo suficiente para generar expectación en el público.

El espectador se ha quedado para ver el asombro de los turistas. Si bien, no parecían turistas reales. Sus caras no daban la sensación de ciertas y pintaban más a sobreactuación de figurantes a los que les habían dicho que no soltaran el móvil con su palo-selfie. Tal vez para curarse en salud los responsables de la ceremonia puede que realizaran un casting previo. Y el gag no ha resultado creíble del todo.

No obstante, el "secuestro" del bus turístico ha sido una de las grandes propuestas televisivas de la noche. Además, ha estado colocado en el clímax de la ceremonia, casi a la mitad de la emisión. Una emisión que ha arrancado con Justin Timberlake interpretando Can't Stop the Feeling.

Como también hizo en Eurovisión, el cantante ha aparecido desde fuera del auditorio para levantar a las celebrities que estaban inundando el patio de butacas. Una inteligente estrategia para romper con los encorsetados comienzos de este tipo de ceremonia y dar un empujón festivo al show.

Después, ha bajado una escalera el presentador, Kimmel, y ha realizado el tradicional corrosivo monólogo de inicio. No ha decepcionado por eso mismo, por corrosivo, ingrediente crucial para el éxito de este tipo de programa. No han faltado los dardos a Trump y un homenaje milimétricamente calculado a Meryl Streep, a la que Trump atacó tras los Globo de Oro desde su Twitter, diciendo aquello de que su reputado trabajo estaba sobrevalorado.

Y el teatro Dolby ha aplaudido a Meryl y Meryl, agradecida, se levantó a saludar. Como buena estrella. Hollywood respondía a Trump. La academia de cine había colocado estrategicamente a la actriz en el centro de la primera fila del patio de butacas. También había planificado un tiro de cámara desde el escenario que ha mostrado la ovación con la fuerza que necesitaba el momento de apoyo a Meryl. Todo minuciosamente planificado. La ceremonia terminaba de empezar y ya contagiaba emoción.

Porque en los Oscars saben de la importancia de conjugar la entrega de premios con pinceladas de emoción. Como la inesperada aparición en escena, en su silla de ruedas, de Katherine Johnson, que calculó la trayectoria del vuelo del Apolo 11 a la Luna en 1969 y que su vida ha sido retratada por la película Figuras Ocultas.

Esa mezcla perfecta entre emoción, humor, celebrities y divulgación de cine es la fórmula del éxito de los Oscar. Y en este año la ceremonia ha entendido, de nuevo, la importancia de hilar todo el guion con una evolución coherente, de principio a fin. Incluso justificando las parejas que han entregado determinados premios, como Javier Bardem con Meryl Streep. Un vídeo previo ha explicado el cómo y el dónde empezó a admirar Bardem a Meryl. Después, el espectador ha visto el encuentro entre ambos, en directo, en escena. No sólo han sido presentadores de un premio, el programa ha escrito una historia detrás de esa pareja de 'entregadores' de Oscar, dibujando un vínculo sentimental entre los dos. Más emoción.

Y es que en los Oscar se intenta que todo fluya de forma justificada y poco gratuita. ¡Y sin atriles! Porque la escenografía de la celebración del tío Óscar ya hace tiempo que han retirado los atriles del escenario, que solo valían para hacer una barrera entre el público y los asistentes. Ahora simplemente basta un micrófono como referencia para los artistas.

Artistas a los que se ve entrar y salir del escenario. Otro acierto, pues el programa se enriquece con pequeños retazos de imágenes de bambalinas que otorgan un plus a la emisión y, además, contextualizan detalles en el espectador, como el lugar en el que se encuentran custodiadas las estatuillas o la sutil forma de destacar que la música es en directo al mostrar de forma justificada por guion el foso donde está escondida la orquesta.

Porque en televisión son imprescindibles los detalles. Y los Oscar están cargados de detalles sencillos pero, a la vez, que requieren dedicación. De los livianos cambios de puesta en escena para no cansar a la vista del espectador a la iluminación que abraza los fondos de plano de los premiados. Sin olvidar la figura de un presentador que aparece y desaparece sin grandes parafernalias: va al grano. Incluso cuando escribe tuits, en directo, al bueno de Donald Trump, el presidente que no utiliza filtros en la red social y que ha sido el running gag perfecto de los Oscars 2017. Una gala que triunfará en audiencia porque ha primado las ideas cómplices con el espectador (y los propios artistas) a los aspavientos huecos.

Y, al final, como giro dramático, el show ha tenido la guinda del catastrófico error. La mejor película era para La la land. Pero, en realidad, se trataba de un fallo, como si fuera una gala de Miss España cualquiera. El Oscar, de verdad, era para Moonlight.

"La culpa será mía", dijo Kimmel, que corrió al escenario para salvar la papeleta.  "Sabía que al final la iba a cagar", remató el presentador, magistral a la hora de intentar quitar hierro al desastre histórico. Giro dramático como inesperado chimpún final de la ceremonia. Sin pretenderlo, la gala conseguía otro ingrediente para el éxito en un show de televisión: la imprevisibilidad.

Conclusión. Para triunfar en una ceremonia de premios, no hace falta mucho más que imaginar travesuras empáticas, una dosis suficiente de emoción y un giro inesperado.  Y aquí el giro final ni los propios guionistas se lo esperaban.

@borjateran

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