OPINION

La dictadura de lo políticamente correcto en televisión y sus consecuencias

MARTES-Y-TRECE
MARTES-Y-TRECE

Martes y 13 no podría realizar hoy gran parte de sus sketches. Y no por una censura de las altas esferas. Simplemente deberían optar por un humor descafeinado por la susceptibilidad de la audiencia. Porque vivimos en la era de lo políticamente correcto, pero la comedia no siempre debe ser políticamente correcta. Al contrario, Josema y Millán eran corrosivos y se saltaban la delicada línea del eufemismo. De ahí su colosal éxito.

La televisión transgresora de los años 80 y principios de los noventa, con programas como Viaje con nosotros, Ahí te quiero ver, La edad de oro o Plastic, es inemitible en la actualidad porque, con el paso del tiempo, nos hemos hecho más carcas. Recononozcámoslo, somos más susceptibles y, en las cadenas, hay un miedo constante a que algún tuitero o colectivo se dé por aludido ante cualquier comentario humorístico.

El público es más conservador y, como consecuencia, las cadenas menos atrevidas. También porque venimos de una crisis muy dura y experimentar en televisión sale muy caro. Así que los canales osan en tirarse a la piscina de los nuevos contenidos muy poco a poco.

Pero todas las cadenas necesitan su dosis de atrevimiento, de riesgo, de ferocidad e incluso de corrosión. Valga como ejemplo aquel Sorpresa, sorpresa de los noventa, que sin una rotunda Isabel Gemio, capaz de generar filias y fobias extremas, no habría sido lo que fue. Por eso, ya no funcionan los programas de sorpresas, porque se hacen a medio gas y con un guion demasiad atado, que mata cualquier atisbo de espontaneidad.

Las cadenas caen en el error de dedicar demasiado tiempo a emular los éxitos de sus rivales. ¿Por qué, en ocasiones, es más importante el competidor que tu propio producto? Los canales optan por intentar fotocopiar resortes de éxitos pasados o formatos internacionales, pero sin apostar de verdad por la imprevisible adrenalina de los verdaderos creativos de la tele de hoy. Porque la adrenalina es parte de la emoción y, hoy en día, escasea en muchos formatos, que transmiten de todo menos emoción. Porque la emoción real, aquella que contagia e ilusiona, no se fabrica ni se compra: sólo se produce cuando existen una combinación perfecta de genuinos ingredientes. Cuando quienes lo hacen también disfrutan el programa. Y se nota.

La excusa será: “no hay dinero”, pero el filón está en ahondar en las ideas que crecen en el carisma, aprenden del pasado y no en la repetición. Las ideas no son caras, solo hay que permitir que se materialicen. Porque la televisión, para triunfar, no se puede quedar en un resultado a medias tintas. En ningún género: ni en un talent show ni en un concurso ni en un magacín ni en un formato infantil ni en un informativo. Siempre se gana interés cuando el espacio cuenta con un equipo (y unos directivos) que busca trasmitir verdad y que no conoce el miedo a salirse (a veces) de lo políticamente correcto. En definitiva, que logra la complicidad, confiando en la audiencia, desafiando de tú a tú al espectador y lanzando algún que otro dardo mordaz e, incluso, maliciosamente travieso. Eso es la televisión con mayúsculas, lo contrario es aburridamente previsible y sólo conduce inexorablemente al olvido por culpa de temores y tabúes.

Porque la televisión, como la vida, tiene que entusiasmarte enganchándote a una pantalla en la que sientas que todo, absolutamente todo, puede pasar. Porque la televisión es jugar, jugar sin miedo a jugar.

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