OPINION

'Las Chicas del Cable', la decepción del aterrizaje de Netflix en España

LAS CHICAS DEL CABLE EN ESPAÑA
LAS CHICAS DEL CABLE EN ESPAÑA

En Netflix eran fans de Gran Hotel y Velvet. O eso dice su vicepresidente, Erik Barmack. Y se nota, pues es lo que han hecho en su primera producción original en España: un híbrido entre Gran Hotel y Velvet llamado Las Chicas del Cable.

Porque Las Chicas del Cable no es lo que espera de Netflix su público objetivo. Pero sí lo que busca la compañía norteamericana para abrirse a otro tipo de audiencia en España y potenciar sus productos con proyección en Latinoamérica, donde el gran videoclub online necesita alimentar su cartera de telenovelas y culebrones.

Si Gran Hotel arrancaba con el primer encendido de la luz eléctrica en un gran hotel, valga la redundancia, Las Chicas del Cable empieza con la primera llamada española transoceánica (a Estados Unidos, claro) desde un nuevo rascacielos de la compañía telefónica.

50 minutos que ya parece que hemos visto antes y que meten en la coctelera casi todos los tópicos de manual para el éxito de este tipo de producciones: que si tensión sexual, que si romántica lucha por los derechos sin demasiada profundidad (no vaya a ser que el espectador tenga que pensar de más), que si el infalible contraste de clases de siempre, que si un amor imposible que quizá sea posible, que si vestidos y peinados de ensueño para conectar con ese cliché de público femenino que es obsesión de las cadenas...

Los grandes almacenes de Velvet ahora son clavijas telefónicas. Netflix no ha arriesgado. El único riesgo está en las secuencias festivas-guateque de la producción. En las fiestas de Las Chicas del Cable no suena música de su tiempo, de los años 20. El equipo ha apostado por introducir temazos actuales tecno. Chunga. Chunga. Como si estos personajes de la época estuvieran en una discoteca de polígono en 2017 en vez de en un cabaret en Berlín. Una modernez que, en realidad, saca por completo al espectador de la historia. Un espectador que se plantea si está asistiendo a una ficción basada en los años veinte o, en su defecto, está viendo la fiesta de disfraces de una teleserie de sobremesa.

Ese es el único atrevimiento (el chunda, chunda musical) de una ficción que tampoco brilla de forma especial a nivel visual. Los chromas que pretenden dibujar espectaculares localizaciones reales desprenden demasiado artificio y no están a la altura de otras producciones originales de Netflix ni de la propia Bambú, valorada siempre por su factura en lo que a fotografía se refiere.

Blanca Suárez (Lidia), Ana Fernández (Carlota), Nadia de Santiago (Marga) y Maggie Civantos (Ángeles) son las intérpretes que dan vida a las telefonistas de una serie que cuenta con la ventaja de que sólo dura cincuenta minutos. El problema es que tampoco suceden demasiados giros en esos cincuenta minutos para propiciar el maratón de verte todos los episodios de una tacada en Netflix.

Las Chicas del Cable es previsible, poco profunda (tampoco tenía que serlo), los actores no terminan de brillar y, sobre todo, para el público español desprende que ya hemos todo visto antes. Tal vez Las Chicas del Cable han llegado tarde a España. Pero probablemente con esta serie Netflix no estaba pensando precisamente en España.

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@borjateran

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