OPINION

El peor Eurovisión de la última década que salvó Salvador Sobral

eurovision sobral ganador
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Seis largas décadas después de su nacimiento, Eurovisión mantiene su apoteósico éxito en audiencias (más de 4 millones de espectadores en España este sábado). El eurofestival ha logrado este hito gracias a que ha sabido renovarse e ir por delante de su tiempo, innovando sin perder su esencia. Sin embargo, en este 2017, el programa ha denotado una crisis de contenidos. Eurovisión ha dejado de sorprender en escenario, en realización y en propuestas escénicas de los países participantes. Todo ha parecido un bucle ya visto antes. Todo, menos la interpretación de Salvador Sobral.

Ni siquiera ha llamado la atención su inmenso decorado, que parece el mismo de años anteriores. La gran pantalla de Leds, en fondo y suelo, ha comido a cualquier tipo de atisbo de personalidad propia que llame la atención en el ojo del espectador. Porque una de las bazas históricas de Eurovisión es que, en cada edición, el país organizador intentaba asombrar a Europa con una propuesta escénica que contaba con cierto atrevimiento creativo, entremezclado tecnología e imaginación de cartón-piedra. Pero, en esta ocasión, se ha dado un paso atrás con un set repetitivo.

Tampoco ha funcionado la realización visual, que no ha estado a la altura de lo que se espera del eurofestival. La realización ha sido solvente, aunque sin alma y en el desfile de presentación de participantes ha sido muy sucia y desordenada. Las cámaras se han movido, de un lado a otro, pero sin transmitir una emoción extra en la mayoría de las actuaciones. A excepción de Portugal, que con su concepto escénico sí se ha contagiado el apabullante carisma del intérprete. No obstante, esta candidatura ya venía de casa con una buena interpretación, una buena idea escénica y, sobre todo, una buena canción, una historia que marca la diferencia.

Porque, a pesar del mito de los votos políticos, en Eurovisión suelen ganar las buenas canciones y, en este 2017, el festival ha estado plagado de insípidas composiciones musicales. Poca variedad de géneros, que no ha sido disimulada por una mala planificación de escaleta por parte de los responsables del programa.

A diferencia de 2014 en Copenhague, año en el festival alcanzó su cima porque los organizadores supieron incorporar al formato clásico de Eurovisión herramientas televisivas que le dieron más emoción. Como, por ejemplo, creando un subidón inicial en los primeros minutos de la emisión con un organizado desfile en el que iban apareciendo los candidatos participantes envueltos en una banda sonora épica y en un efectista juego de luces y cámaras (nada que ver con este año, con un desorden de planos que no te dejaba disfrutar de la aparición de cada artista). O integrando una historia extra a los créditos finales. En vez de ser soltados sin más en los minutos de cierre, el rodillo de créditos se utilizó para mostrar al mundo el palpitante instante en el que el ganador, en aquella ocasión Conchita Wurst, vivía la emoción de ser inmortalizada por un aluvión de fotógrafos que subieron al escenario.

Sin embargo, en esta edición, el eurofestival se han quedado en un desfile de canciones,  olvidándose de esos detalles que dotan de sentimiento y carácter propio a los shows catódicos. Sin un arranque realmente espectacular, sin un entreacto especial en el que se entienda lo que sucede (quién está cantando, qué está pasando, por qué...)  y sin un final con un guion pensado para acabar realmente con la emoción en alto. De hecho, ha sido el propio Salvador Sobral el que creó el apoteosis de programa perfecto, ideando un emocionante giro de guion al subir a su hermana, Luísa Sobral, compositora del tema triunfador, al escenario. Así, juntos y como colofón del show, realizaron una nueva y vibrante versión de Amor pelos dois. Un desenlace brillante que no surgió de la cabeza del guionista de la gala. Sólo nació de la emoción de dos hermanos demostrando su especial sensibilidad.

Sin el talento y la bien ejecutada puesta en escena de Salvador Sobral este Eurovisión 2017 sería el peor de la última década, pues ha contando con una factura cero arriesgada e innovadora. Justo lo contrario del meollo que sostiene el ADN de Eurovisión, que es riesgo e innovación. Como causa de este problema, ha podido pesar que el equipo de profesionales de la televisión organizadora no ha estado lo suficiente ilusionado en el proyecto debido a que desde la cúpula de la cadena ucraniana se impuso un equipo nórdico que ha consumado un proyecto desde fuera, sin potenciar la diferenciadora ilusión nacional.

La buena noticia es que Eurovisión vuelve al sur. Con la victoria de Portugal y tras años de ser producido en el norte y este de Europa, el eurofestival estará organizado en 2018 por una televisión con mimbres más latinos. La televisión portuguesa es el empujón que necesita el festival, con una buena inyección de nuevos aires de narrativa televisiva. Aires más cálidos y emocionales.

ANÁLISIS > El sentimiento de Salvador Sobral: las claves con las que Portugal ha ganado Eurovisión 

@borjateran

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