OPINION

Anglovisión contra eurovisión

Durante un viaje en tren de alta velocidad de Berlín a Munich (que no iba a toda velocidad, por cierto), aproveché esos momentos exquisitos de los viajes en los que uno se relaja y lee a fondo las revistas, sabiendo que, haga lo que haga, el tiempo y el espacio están en manos de una locomotora.

Tenía el semanal Stern entre mis manos, y en mi torpe alemán, me puse a descifrar un artículo sobre el euro. Era el tema de portada. El símbolo del euro aparecía sumergiéndose en el mar turbulento de las dudas, y el título era “¿Qué va a pasar con nuestro dinero?”. Se refería al dinero de los alemanes, por supuesto.

Semanas atrás yo había sostenido con algunos amigos la hipótesis de que detrás de los ataques contra el euro, había algo más que desconfianza sobre la deuda griega. Había algo más que pavor al déficit español y a su elevado paro. Había soberbia anglosajona.

Para llegar a esa intuición, no fui yo sino mi inconsciente que había procesado por su cuenta un montón de artículos sobre el euro que habían sido publicados en medios de comunicación, y de pronto, algo me dijo que allí había un mínimo denominador común: los mayores críticos eran los países anglosajones que no tenían el euro. Estados Unidos y Gran Bretaña.

¿Por qué? Y se me ocurrió que en el fondo, los mercados que rodean al dólar y al euro, siempre habían visto con cierta envidia o soberbia la moneda europea.

Desde Financial Times, a The Wall Street Journal o The New York Times, en webs como Huffington Post o Business Insider, se lanzaban cada día críticas, burlas, ataques, desprecios y rumores sobre la zona euro, e iban más allá poniendo en duda la unidad europea. “Ya están estos europeos con sus discusiones de siempre”, venían a decir. “Ese invento no funcionó nunca y no va a funcionar: que el euro y Europa continental se vaya a paseo”.

La influencia de la prensa anglosajona es muy poderosa en el mundo. Es una prensa de calidad, por supuesto, pero no es infalible. Tiene una visión anglosajona de los negocios, de la sociedad y del mundo. Pero como el inglés es el idioma universal, sus artículos impactan en el planeta. Además, las dos mayores plazas financieras del mundo son anglosajonas: Nueva York y Londres.

Voy a exponer una prueba, que no es económica, pero que sirve al caso.  En el editorial de un número de mayo de The Economist que hablaba sobre el avance de la genética que permitía crear vida, la revista decía que los progresos tecnológicos siempre han suscitado miedo porque pueden tener consecuencias nocivas. Y ponía el ejemplo de la energía atómica, que también puede convertirse en una bomba atómica. "La bomba, aunque justificada en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, era puramente destructiva" (The bomb, however justified in the context of the second world war, was purely destructive).

¿Justificada? ¿La bomba atómica? Me imagino la cara que habrán puesto en Japón al leer este editorial. Es una prueba incuestionable de cómo los medios de esos países son víctimas de su visión anglosajona en plan "We are the world".

Comenté con algunos colegas de la prensa española esa dependencia de los medios anglosajones y algunos me dijeron que estaban hartos de que el jefe les dejara sobre su mesa un artículo de Financial Times o The Economist, y después les decían “A ver si puedes hacer algo con ese enfoque”.

Nos guste o no, tenemos cierta adicción a la prensa económica anglosajona. Yo también la tengo y admiro su forma de contar las noticias como si fueran relatos. Sus análisis y sus enfoques.

Pero los temblores de tierra bajo el euro me han hecho ver al mundo anglosajón con otros ojos. Ellos no están en el euro. No lo aman, precisamente. No lo ven como amigo sino competidor.

Mientras iba en el tren alemán, me metí de lleno en ese artículo donde explicaban las horas angustiosas en las que ministros de economía y finanzas de la UE, junto con presidentes de gobierno, trataban de sacar una serie de decisiones cruciales en el fin de semana del 7 al 9 de mayo pasado. Tenían que anunciar algo impactante antes de que abrieran los mercados asiáticos. Antes de que abriera Tokio. El euro se jugaba su futuro porque esa semana, los mercados, los fondos, los especuladores y quien sea que mueva el dinero, estaban atacando la moneda, con ventas gigantescas que la iban debilitando más y más.

Los reporteros, decía la crónica, estaban esperando fuera con cámaras y grabadoras. En un momento de la reunión salió Angela Merkel y un periodista preguntó. “¿Qué grado de unidad se respira ahí dentro?”, pero la canciller no contestó.

En un momento de la reunión, según se filtró después, los participantes preguntaron al ministro de Finanzas de Gran Bretaña, hasta qué punto se podía comprometer para estabilizar los mercados. Las bolsas estaban cayendo. Los fondos vendían bonos en euros. El edificio europeo se tambaleaba. Y más o menos esta fue la respuesta anglosajona: ¿Estabilizar los mercados? . ¿Apoyar el euro? No. “Eso no tiene sentido y no lo vamos a hacer”, dijo Alistair Darling, ministro de Finanzas británico, del saliente gobierno laborista.

¡Ajá! Otra prueba de la anglovisión universal. Gran Bretaña tenía su propia moneda, la libra, y aunque está en la Unión Europea, no quiso formar parte del euro porque en ese país, históricamente, existe bastante desconfianza hacia la Europa continental.

En los últimos 100 años, la rivalidad europea la has protagonizado Gran Bretaña y Alemania, tratando de llevar el peso del liderazgo. A Francia le habría gustado estar ahí, pero esta es una pelea de dos.

“El problema de Alemania es que es la más fuerte de Europa, pero no puede asomar la patita porque todo el mundo se echa a temblar”, me decía hace poco un diplomático. Es el país que ha hecho sus deberes, es el más rico, tiene una economía sólida, está saliendo de la crisis, tiene superávit comercial y se ha comprometido a defender el euro. Pero cuando hay que dar ayudas a otros países, el gobierno debe explicarlo a los ciudadanos, que son quienes pagarán estos gastos. Y tampoco le hace gracia estar ayudando a países que no han hecho sus deberes, como Grecia y España. Pero debe hacerlo porque es el jefe a su pesar. E imponer esa visión frugal de la economía.

Creo que lo que se está poniendo en la mesa con esta crisis de los mercados, es la visión anglosajona del mundo contra la visión europea continental. La visión anglosajona de los negocios trae mucha riqueza en poco tiempo, pero también va a acompañada de repentinas olas de inestabilidad y de caos.

La visión europea tradicional, liderada por la economía alemana, es una visión muy campesina: ahorrar, trabajar y prever el futuro. Hace muchos años, Michel Albert lo describió de forma parecida en su libro “Capitalismo contra capitalismo”. Riesgo contra seguridad. Ganancia a corto contra beneficio a largo plazo.

Hace unos meses, la profesora Janice Bellace de la escuela de negocios de Wharton, publicó un estudio donde afirmaba que la visión anglosajona de los negocios, basada en una excesiva libertad a los mercados (o falta de control), penetró en todos los países europeos, incluyendo Gran Bretaña, y contaminó sus economía. Se refería a la visión anglosajona norteamericana, por supuesto. Y para ella, esa fue la causa de la reciente crisis. La falta de control.

La prensa anglosajona es el estandarte de esa postura. Por eso ha hecho su papel en esta obra de teatro. Consciente o inconscientemente está en contra del euro. No es su moneda. Es la de los otros. Despliega una idea de la libertad de mercados que ha demostrado tener bastantes agujeros.

Por eso, no debemos dejarnos influir tanto por sus análisis pues no están jugando en nuestro equipo.

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