OPINION

Hawking, Dios y el Halcón Milenario

Emocionados por los descubrimientos de la física, los científicos del siglo XIX pensaron que era cuestión de tiempo conocer por qué sucedía todo. Lord Kelvin, uno de los hombres de ciencia más destacados de ese siglo, dijo ante la Royal Society que la física estaba llegando a su fin y que todo fenómeno se podría explicar con un puñado de leyes físicas.

Lord Kelvin simplemente se basaba en las leyes newtonianas que daban cuenta por fin del movimiento de los astros con una precisión nunca vista. Años antes de Lord Kelvin, el físico francés Laplace también había afirmado que si conociéramos todos los átomos del universo, sus trayectorias y sus velocidades, podríamos determinar el futuro. Daba la impresión de que Dios iba a perder esta partida.

Pues esa era la opinión general en el siglo XIX. Sólo había que darle a la ciencia un poco de tiempo para que nuestro conocimiento fuera absoluto. Las certeras teorías de Darwin dieron un empujón a esta creencia del lado de la biología. La física estaba esperando su gran momento el cual no tardaría en llegar. Cada vez se avanzaba más en el campo de la astronomía, escrutando los grandes astros y sus movimientos, y lo mismo sucedía a escala microfísica, donde ya se habían descubierto  decenas de elementos que se agregaban a la tabla periódica. El átomo estaba acorralado. Había que destriparlo un poco más para conocer las fuentes de la vida. Dios, cero; física, 1.

Ese momento no llegó en el siglo XIX de modo que se esperaba que el siglo XX sería el que daría el gran golpe del conocimiento científico.

Pero las cosas se empezaron a torcer. En primer lugar, el alemán Max Planck vio que los átomos no se comportaban como sistemas planetarios en pequeño. Hasta entonces se pensaba que los electrones orbitaban alrededor de un núcleo girando como peonzas cargadas de energía.

Planck dijo que los electrones daban saltos de una órbita a otra y que entonces emitían paquetes (quantums) de energía. Luego, se vio que los átomos una veces se comportaban como ondas y otras como corpúsculos. Por fin, un danés, un austriaco y un alemán descubrieron algo que sentó las bases de la nueva física: no podemos conocer el comportamiento de los electrones porque el hecho de observarlos ya modifica su comportamiento. Más aún: nosotros creamos la realidad observándola. Encima los átomos pueden estar en dos sitios a la vez. Sí en dos sitios.  Y por último, no sabemos por qué sucede eso. Solo sabemos que sucede así.

Einstein se negó a aceptar esa propuesta que calificó de "vudú" y fantasmal. La realidad estaba ahí afuera y punto. Pero a medida que los científicos aplicaban las leyes de Heisenberg, Bohr y Schrödinger (los creadores de la nueva física) comprobaban que funcionaba tal y como lo predecían.  La realidad no existe hasta que la miramos. Nosotros creamos la realidad.

Esta propuesta que suena tan absurda es hoy la que reina en la física moderna. Se le llama mecánica cuántica y sus fórmulas funcionan a la perfección. Es irracional, sí. Es ilógica, sí. Es absurda, sí. Pero desde los chips hasta los láseres pasando por los instrumentos de resonancia magnética funcionan en base a estas nuevas leyes. "Quien no se quede perplejo con la mecánica cuántica es que no la ha entendido", llegó a afirmar Niels Bohr, uno de los padres de la idea.

En resumen, la física moderna es incomprensible. Nada que ver con lo que predecía Lord Kelvin. Tampoco consolaba saber, como decía Bohr, que  "la meta de la ciencia no es describir la naturaleza sino sólo describir lo que podemos decir de la naturaleza".

La entrada en escena de Hawking negando que Dios haya sido necesario para crear el universo no resuelve ninguna duda científica porque siguen ahí.  “It is not necessary to invoke God to light the blue touch paper and set the Universe going.” (No es necesario invocar a Dios para poner en marcha el universo", dice en su libro "The Grand Design" (ha sido traducido como "el gran diseño", pero más bien es "el gran designio", "el gran propósito"), que se pondrá a la venta el próximo 9 de septiembre.

Hawking cree que el universo ha sido resultado de las fuerzas gravitatorias.

Hasta ahora, se sabe que el universo se maneja con cuatro fuerzas elementales: la gravedad, la electromagnética, la nuclear fuerte y la nuclear débil. Y Einstein se pasó la última parte de su vida tratando de encontrar una teoría que unificase todas las fuerzas. Murió sin lograrlo y hoy sigue sin encontrarse.

Hawking dijo en 1988 que si descubriéramos una teoría completa, sería el último triunfo de la razón humana "y conoceríamos la mente de Dios". Lo dijo en un libro superventas llamado "Historia del tiempo".

En un programa de televisión de Channel 4 dijo hace pocos meses lo contrario: "Esta es la cuestión: la forma como se creó el universo ¿empezó gracias a una decisión de Dios o por una ley física? Creo que la respuesta es lo segundo".

A muchos les habrán inquietado o molestado las opiniones del físico. Hawking se remite a pruebas como la materia oscura, la expansión acelerada del universo y las leyes gravitatorias. Sean molestas o no las opiniones de Hawking, su desafío ha agitado el interés y ahora es una de las cuestiones más leídas en los diarios y más debatidas en redes sociales. Y, aparte de su interés por vender libros, hay que agradecer a Hawking que remueva las conciencias e introduzca temas de debate que no son desde luego nada frívolos.

Para la comunidad científica, la opinión de Hawking sobre la existencia de Dios y el universo no carece de interés. Se trata del hombre que profundizó en la teoría de los agujeros negros y comprobó el Big Bang, esa teoría por la cual el universo nació de una gran explosión en el minuto cero de la historia. ¿Y en qué se basó Hawking para sostener sus teorías? En la mecánica cuántica.

Pero desgraciadamente, el gran enigma cuántico sigue intocable. Los átomos se comportan de forma ilógica. El universo está compuesto de átomos. Ergo, el universo es ilógico. ¿Se puede probar la existencia de Dios con estas premisas? Ni eso ni lo contrario. Además, las ideas de los grandes científicos siempre son superadas por las ideas más frescas y revolucionarias de otros científicos, que en un principio parecen heréticas.

Por ejemplo, para estremecernos un poco más, la mecánica cuántica por ejemplo predice una conectividad universal, como si todos los átomos tuvieran relación e influencia entre sí. "No puedes zarandear una flor sin perturbar una estrella", decía el científico Francis Thompson. Es más, muchos cientificos creen que eso sería la explicación de fenómenos como la percepción extrasensorial y otros parafenómenos, como afirman los físicos Bruce Rosenblum y Fred Kuttner en su libro "El enigma cuántico" (Tusquets). Y todo porque la mecánica cuántica permite adentrarse en el terreno de la conciencia y de la mística. Un verdadero enigma.

Muchos dan pie a su imaginación, y predicen que llegará el día en que las proezas el Halcón Milenario, la nave estelar de Han Solo que cruzaba el universo apretando el botón del hiperespacio, se hará realidad. Eso es lo que tienen las leyes de la física: lo que pensábamos que era imposible se transforma en posible, con lo cual da pie a la hiperimaginación.

Pero si hay algo cierto en la ciencia es que las leyes más nuevas destrozan a las más viejas y la humanidad da un salto en el conocimiento hasta el punto de que están sucediendo cosas increíbles en los laboratorios. Cuando uno escucha al físico Ignacio Cirac diciendo que la próxima generación de ordenadores cuánticos se basa en una ley de la física por la cual un átomo transmite sus cualidades a otro más distante sin mediar la ley de causa-efecto, se queda uno paralizado. Después de eso, todo es posible.

No es de extrañar que un día, los científicos nos den este titular: "Demostrado: Dios existe".

En lo que refiere a mí, hace tiempo que renuncié a pensar si el universo fue creado por las leyes físicas o por Dios. Ahora me pregunto por qué los hombres crean a los dioses. Y en la espera, me refugio en un verso de Bécquer que leí hace tiempo: "Mientras el hombre no descubra las fuentes de la vida, habrá poesía".

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