OPINION

El país donde (casi) nunca sucedía nada

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La explosión de una bomba en el centro de Oslo este viernes les ha caído a estos organizados noruegos como un suceso de película:  si no fuera una trágica verdad, parecería una novela escrita por su vecino sueco Stieg Larsson.

Noruega es uno de los países más envidiados del mundo. Tiene el mayor índice de bienestar social del planeta, según la ONU (página 163 del informe de la ONU de Desarrollo). Ese índice se compone de nivel de educación, acceso a servicios básicos, y esperanza de vida.

Según el Fondo Monetario Internacional, Noruega ocupa el puesto número 25 en relación a su riqueza bruta. Es decir, su producto interior bruto es de 414.000 millones de dólares, menos de la mitad de España.

Pero claro, al tener menos habitantes que España, si se divide esa riqueza bruta por el número de noruegos, entonces este país nórdico pasa a la posición cuarta, después de Qatar, Luxemburgo y Singapur: tiene unos ingresos per capita de 52.000 dólares al año, el doble que España (según el FMI).

Sin embargo, en la lista de las 500 empresas más grandes del mundo, solo hay una noruega: Statoil. Ocupa el puesto 67.

¿Sólo una?

Es una empresa petrolera, claro.

Eso se explica porque Noruega ha vivido el cuento del escarabajo de oro. En el cuento de Poe, un hombre descifra un pergamino misterioso y al final, descubre un tesoro abandonado por un pirata. El tesoro encontrado por los noruegos se llamó petróleo.

La cosa es así: en 1949 Noruega aún usaba cartillas de racionamiento, como en España. Hasta bien entrados los años sesenta, la leche en polvo, los coches y multitud de productos estaban racionados. Salvo el pescado seco y las visitas turísticas a los fiordos, Noruega no obtenía grandes ingresos. Era un país tan pobre que muchos westerns norteamericanos están plagados de noruegos que emigraron en el siglo XIX y en el XX al Viejo Oeste a zamparse lo que fuera, y luchar contra los indios.

De repente, en 1969 la gigantesca petrolera Philips Petroleum hizo un agujero en el mar, y descubrió una de las mayores bolsas del planeta de fósiles hidrocarburos.

Y eso fue lo que cambió la historia de Noruega. En cuestión de pocos años, se comenzaron a explotar las gigantescas bolsas de oro negro localizadas en el Mar del Norte (que dan nombre al barril Brent, por el ganso barnacla de cara negra, brent, en inglés, que habita allí).

Todo el país vive amamantado por esta ubre negra que paga todos sus gastos. Desde la sanidad hasta las escuelas, se paga con los ingresos del petróleo, dentro de un sabio sistema que mezcla capitalismo e intervención estatal. Eso da para mantener a los casi cinco millones de habitantes (menos que Cataluña), encerrados entre las montañas y el mar (unos 300.000 km cuadrados).

Los noruegos son ahora ricos. Tan ricos que hicieron un corte de mangas a la Unión Europea en un referéndum en 1972 y otro en 1994. Se niegan a formar parte de nuestro delicioso club. No quieren estar en la UE. Son tan ricos y están tan satisfechos, que las secciones más vistas de los periódicos son las internacionales, porque como me dijo una vez un nórdico, "es que aquí no pasa nada".

Un país tan tranquilo que, como decía un testigo de los bombazos, "aquí la policía patrulla sin pistolas".

Pero ahora ellos son la noticia de las secciones Internacionales del resto de los medios del mundo. Desgraciadamente.

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