OPINION

La ética religiosa y el triunfo económico

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A principios del siglo pasado, Max Weber, un sociólogo y economista alemán, escribió un libro llamado "La ética protestante y el espíritu del capitalismo".

El texto se convirtió en un clásico de la economía, y era el catecismo del triunfo anglosajón en el planeta. Los países protestantes aventajaban a los católicos porque tenían una moral basada en glorificar a Dios mediante el trabajo, el espíritu laborioso, la actividad. Esa era la tesis de Weber.

La prueba parecía irrefutable: Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña eran las superpotencias. Parecía que los países católicos se quedaban detrás pues pensaban más en el ocio que en el negocio.

Al pasar de los años, esa tesis comenzó a derrumbarse.

Las cosas dejaron de ser tan claras en los años setenta. Italia superó a Gran Bretaña en el producto interior bruto, cosa que los italianos celebraron llamándolo 'il sorpasso', que es como decir, la pasada.

Francia, país católico, se erigió como una de las potencias industriales del planeta, y hasta la católica España se convertía a finales de los sesenta en la novena economía del globo. Y aún lo sigue siendo.

Pero había más detalles: a finales de la década de los noventa, los observadores se dieron cuenta de que la zona más rica e industrial de Alemania era la católica Baviera, donde se  ubicaban grandes industrias, desde la BMW (Bayerische Motor Werke, la Fábrica de Motores de Baviera), hasta la gran desafiadora de Boeing, es decir, EADS, la parte alemana de Airbus.

¿Y cómo está esa pelea ahora?

Bueno, la crisis financiera mundial ha partido de países anglosajones, la mayoría de ellos protestantes, y se ha extendido por el globo. Pero han resultado igualmente afectados Francia, Italia, Portugal, Irlanda y España, países católicos. También ha sido la ortodoxa Grecia la que nos ha metido a otros en un berenjenal.

Pero no todos católicos pues el caso de Islandia, país luterano, ha sido una muestra de que fallaban las predicciones de Weber.

Lo sorprendente es que muchos de los países que están registrando un crecimiento estable y magnífico en estos momentos son católicos como México, Brasil, Colombia...

Más aún: hay nuevas versiones del cristianismo en alza como la ortodoxa Rusia, que está creando una inmensa clase media que pasa sus vacaciones en España.

Pero nada comparado a China: este país, que mezcla el control estatal de la economía, con las proezas de la economía de mercado y la moral confuciana basada en trabajar y ahorrar, sigue teniendo cifras de crecimiento que están desafiando a las religiones cristianas. Por cierto, fue una de las claves del triunfo de Taiwán, la China nacionalista y de mercado, que se convirtió en superpotencia económica gracias a ese espíritu confuciano. (Bueno, el confucianismo no es una religión sino una filosofía práctica parecida al aristotelismo).

Y qué decir de India, una economía hinduísta y budista que con sus mil millones de habitantes y su fábrica de ingenieros y matemáticos está dejando al mundo boquiabierto.

Tenemos por otro lado a los países musulmanes como los Emiratos o Arabia Saudí, que han invertido el petróleo en erigir polos económicos en medio del desierto. O Israel, el país de la Torah, que logra convertir páramos en vergeles y está descollando en empresas de tecnología avanzada.

Muchos se preguntan si estos gigantes serán otras economías de grandes expectativas como la japonesa (de tradición budista-shintoísta) que al final se quedarán estancadas durante lustros.

Lo que está claro es que por mucha religión que busquemos, parece que lo que funciona en todos casos es algo que es común a todas en algún momento de su desarrollo: trabajar para los demás con enormes dosis de sacrificio. El bien común, el servicio a la comunidad. Algo que han predicado todas las religiones.

Se puede honrar a Cristo, Confucio, Buda, Alá o Krishna, pero la fórmula del éxito siempre descansa en los mismos parámetros: una generación que construye las bases de las futuras generaciones a fuerza de privaciones y duro sacrificio. Valores que convienen especialmente en las crisis. Y cuando olvidan esas normas morales, todos los países se asoman al precipicio, señor Weber.

Post data: en las primeras páginas del libro, Weber expone su opinión sobre por qué Occidente se erigió como civilización  por encima de las demás, y cita las universidades, la música y la imprenta como ejemplos.

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