OPINION

El trastorno de la imagen o por qué nos transforma salir en televisión

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Hace poco le pregunté a un realizador de televisión si existía algún nombre especial para el 'efecto cámara'. Yo llamaba así a ese cambio que se opera en las personas cuando salen en la tele. Mejor dicho, cuando se ven que salen en la tele.

El fenómeno más reciente fue el del ébola. El hermano de la auxiliar de enfermería sufrió ese 'efecto cámara' cuando los medios le rodeaban todos los días para preguntarle por el estado de salud de Teresa Romero. Cuanto más salía en televisión, más dramático se ponía el chico y hasta llegó a insinuar un día que a su hermana le quedaban pocas semanas de vida. Era una exageración. Quería chupar cámara a costa de una tragedia.

Tenemos el caso del pequeño Nicolás, fichado por Telecinco, de su amiga 'la pechotes, contratada por Cuatro y así muchos. Que te llamen de la tele para aparecer es como vivir un terremoto. Es algo poderoso. Nos cambia la vida. La gente te llama y dice: "Te he visto". Y cuando alguien se te queda mirando por la calle, piensas: "Me ha visto".

Al final, le tomas gusto al asunto y aprendes sus trucos: ponerte enigmático, gritar, discutir o hablar de claves ocultas. Además, descubres que si no haces eso, te dejan de llamar. Te borran de la lista. La televisión vive de la lucha de contrarios y la polémica. No del consenso.

Pues bien, como decía al principio, le pregunté a un realizador de televisión  si eso tenía un hombre técnico. Me miró y dijo: "Se llama trasgim".

Tras, ¿qué?

Trasgim. "Trastorno por la gilipollez de la imagen".

El nombre se lo había inventado él, pero me pareció acertado. Cuando salimos por la tele nos volvemos gilipollas. Todos. Me contaba este realizador que un día estaba charlando con un famoso presentador, y cuando se les acercó un desconocido para saludar, el locutor infló la voz, aumentó el volumen y comenzó a hablar como si estuviera en un informativo.

Otro trastorno.

Este trastorno ha convertido a señores y señoras desconocidos en tertulianos enciclopédicos.

Peor aún: ha trastornado a la Justicia. Pongo un ejemplo: cuando algunos jueces se dieron cuenta de que daban bien en cámara, aparecían con abrigos de cuello inglés, sombreros de cachemir, bufandas de diseño y hasta caminaban como Obama.

Que yo recuerde, los jueces deberían ser personas anónimas, fuera de la presión de los medios y de la opinión pública, incluso ciegos a las cámaras, usando el símil que representa a la señora Justicia vendada.

Pero si hubiera que emplear la imagen de nuestro tiempo, la Justicia sería esa señora haciendo el signo de la victoria con ambas manos y sonriendo a cámara.

Es el trasgim.

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