OPINION

El problema de los chiringuitos no es la factura sino el trato infame

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Este año parece que empiezan a ser una plaga los reportajes sobre facturas desmesuradas en chiringuitos a raíz de una de 337 euros que pagó un señor en Formentera.

A todos nos ha pasado alguna vez. Quizás eso es señal de que estamos dejando atrás la crisis, pensé.

Pero ese no es el problema. El verdadero problema de los chiringuitos es el trato infame que siguen dando.

Con crisis o sin ella, todavía hay muchos chiringuitos donde piensan que el cliente es un fastidio. Cuando te sientas, llega un camarero con cara de asco, abre una libreta grasienta y mientras vas pidiendo platos te va diciendo que "no queda". Si dudas un poco, gira la cabeza a otro lado como diciendo "me tocó el idiota".

Al final pides lo que hay y lo haces rápido porque el señor está impaciente. Los platos llegan con relativa diligencia, eso hay que reconocerlo, pero cuando se trata de lo más importante que es cobrar, no hay forma de hacer que el camarero te atienda.

Tienes prisa, los niños están llorando, estás cansado de tanta gritería, pero el camarero ni te escucha. Te ignora.

Una vez me levanté y di las gracias al camarero por regalarme la comida. Al pasar por la caja les dejé mi tarjeta diciendo que me llamaran cuando quisieran cobrar, que ya les haría una transferencia.

Creo que los clientes de los chiringuitos se deberían ganar el premio Princesa de Asturias de la paciencia. He visto familias enteras aguardando pacientemente su cola mientras el camarero les grita que se aparten. He visto parejas que comen su platos sin rechistar, a pesar de que el camarero casi se los tira en la cara. He visto a clientes italianos soportando a un camarero que les grita que él no sabe italiano y que si quieren pedir que lo hagan en español.

Supongo que hay muchos camareros amargados porque su destino era tener una batuta y conducir una sinfónica pero la providencia les puso una bandeja.

Voy a ser comprensivo. El problema de este verano es que el consumo ha subido pero el número de empleados de chiringuitos no ha crecido en proporción y eso explica el mal humor.

¿Por qué esta situación no estalla? Porque estar comiendo unos magníficos calamares junto al mar es un don de la fortuna que no disfrutan muchos países y porque hay muchos camareros que compensan tantas penurias con una sonrisa que nos reconforta.

Pero todavía hay mucho que aprender en el trato a los clientes de ciertos chiringuitos.

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