OPINION

Alemania espera un millón de refugiados este año, ¿quién aguanta eso?

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La prensa alemana ha destacado que no serán 800.000 refugiados los que van a recibir solo este año. Serán un millón. Lo ha dicho el ministro presidente del Land de Hesse Volker Bouffier, así como el de Brandenburgo, Dietmar Woidke. Este último dijo: "Me temo que todavía tenemos que confiar en tiendas de campaña de invierno".

¿Qué país puede asumir esa cantidad de refugiados?

La crisis de los refugiados está sometiendo a los ciudadanos de la UE a una doble presión: por un lado, cualquier ser humano se compadece de otro al ver sus terribles condiciones. Son personas que huyen de una guerra, pero también de la pobreza, de las malas condiciones de vida. Todo el mundo tiene el derecho de luchar por su supervivencia y por la de su familia.

Por otro lado, el europeo medio se pregunta: ¿cuántos refugiados somos capaces de asumir sin que los fundamentos de nuestro mismo sistema social se vea afectado?

No solo el sistema social, sino el sistema cultural. La mayoría de los refugiados son musulmanes. Otra religión, otras normas sociales, otra idiosincrasia. El europeo medio se pregunta cómo le afectaría esta ola, y lo hace teniendo en cuenta lo que ve a su alrededor.

Una oleada tan grande de refugiados no se instala en los barrios ricos, sino donde pueden. Primero en tiendas o casas de asilo. Luego, buscan trabajo y entran en viviendas modestas. Por pura solidaridad, los inmigrantes se agrupan en los mismos barrios modestos.

Los europeos que viven en los barrios más modestos perciben ese cambio socio-cultural. Centros culturales islámicos, mezquitas, carnicerías islámicas.. Pero también chocan sus valores con los de los europeos. La mujer en el mundo musulmán no posee el mismo nivel de igualdad que en Europa.

Un notario me decía que cuando tienen que preparar un documento presentado por una pareja musulmana, el varón le exige que el nombre de la mujer aparezca siempre debajo de él, y que lo firme en otra habitación. Incluso se molestan cuando el notario pide la identificación a la mujer y que ella se descubra la cabeza.

Y por último, está la competencia: los refugiados, muchos de los cuales tienen estudios superiores, van a competir por los puestos de trabajo pero aceptando menos dinero. Y si son buenos profesionales, los empresarios los contratarán.

Muchos economistas afirman que esta sangre nueva es la que va a pagar las pensiones de una Europa envejecida. Cierto. Pero los refugiados, como las ofertas de Carrefour, vienen en un paquete: vienen con su religión, sus creencias, sus valores, su comportamiento social, sus costumbres y muchas cosas más. No se puede separar una cosa de otra. ¿Les cambiaremos nosotros a ellos o nos cambiarán ellos a nosotros?

La experiencia demuestra que una parte de los refugiados se adapta a las costumbres europeas. Pero otra parte no se adapta y  forma guetos. Y otra parte más se aprovecha de los sistemas sociales europeos, sin dar nada a cambio o muy poco. En muchas ciudades francesas, alemanas y británicas hay barrios enteros de inmigrantes que viven de las ayudas sociales.

Peor aún, en las siguientes generaciones, una pequeña minoría, muy pequeña de verdad, reniega de los valores europeos, y como está pasado ahora, sienten la llamada del radicalismo islámico y se convierten en lobos solitarios que cometen atentados, o salen a combatir por el Estado Islámico. La paradoja es que son los más occidentalizados.

Ese es nuestro dilema: ayudar a estos refugiados a rehacer su vida, pero temiendo que eso nos puede cambiar la nuestra.

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