OPINION

El triste final de la investigación sobre la tumba de Cervantes

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El 30 de octubre de 2013 me acerqué al convento trinitario de la calle Lope de Vega de Madrid. Tenía un encuentro con la priora.

Yo deseaba investigar dónde estaba la tumba de Cervantes. Estaba en ese convento, pero nadie sabía dónde.

-Llega usted tarde. Ya hay otra persona investigando.

Me dijo que esa persona se llamaba Fernando de Prado. Conseguí el teléfono de Fernando a través de una editorial y le llamé. Le di la enhorabuena y él me respondió que le sorprendía mi llamada porque la prensa española no había mostrado ningún interés por la investigación. Solo la prensa internacional, que le llamaba constantemente. En 400 años, nadie había iniciado una investigación en serio para saber dónde estaba Cervantes.

Semanas después hicimos un pacto: yo escribiría un libro para reflejar esa investigación, él me pasaría documentos, yo le grabaría largas entrevistas, y también podría asistir a las investigaciones en el convento, –para conocer al equipo científico–, y por último el libro lo firmaríamos los dos.  También le haría entrevistas (se publicaron en lainformacion.com) y escribiría artículos sobre la investigación. Nos dimos un apretón de manos.

El equipo científico estaba encabezado por Francisco Etxeberria, el antropólogo forense más conocido de España, y por Luis Avial, un geofísico que tenía una empresa de georadar.

Primero se pasó el georadar por la nave del convento en la primavera de 2014 y se encontraron diversas anomalías en el subsuelo. El problema era que las monjas de clausura no permitían hacer ningún agujero en la nave principal, así que el equipo dirigió su mirada a la cripta, situada bajo el altar.

Un año después, en 2015, empezó lo bueno: en febrero, el equipo científico compuesto por antropólogos, especialistas en trajes y tejidos, en odontología y en numismática, bajaron a la cripta y fueron sacando féretros de los nichos. Si no encontraban a Cervantes allí, tendrían que perforar la nave a ver en qué consistían las anomalías.

Aparecieron muchos huesos, pero ninguno era de Cervantes. La mayor parte eran de niños. En el suelo de la cripta, aparecieron cientos de cadáveres. Pero procedían de restos de personas del siglo XVIII o posteriores. Nada del siglo diecisiete.

Cuando se iban a ir, una persona del equipo de Etxeberria decidió seguir excavando y halló enterramientos del siglo de Cervantes. Había monedas y trapos de la época. Encontraron 17 cadáveres, justo los que, según la documentación histórica, debieron estar enterrados más arriba, en la nave.

Eran 11 adultos, y seis niños. Uno de los adultos debía ser Cervantes. Pero los huesos estaban tan descompuestos y pulverizados, que era difícil emitir un juicio exacto. Había cosas sueltas como un resto de mandíbula y otro de un cráneo de una persona de unos 70 años.

Con esas evidencias, los investigadores organizaron una rueda de prensa en el ayuntamiento de Madrid en marzo de 2015. Fue una de las peores ruedas de prensa de la historia, porque los periodistas de todo el mundo esperaban una foto del esqueleto de Cervantes, y que un investigador dijera: "¡Helo, aquí: Don Miguel!".

En lugar de eso, los investigadores mostraron huesecillos. Se trastabillaron en explicaciones incomprensibles. Los periodistas protestaron: ¿Es o no es Cervantes?

La respuesta fue: hay bastante probabilidades. ¿Probabilidades?

La verdad es que los investigadores hicieron lo que tenían que hacer. Fallaron en la comunicación. El ayuntamiento había sufragado la investigación con 130.000 euros, y estaba interesado en apuntarse el tanto con rapidez antes de que acabase el mandato de Ana Botella. Lo habría hecho cualquier alcalde.

Los periodistas titularon como pudieron. Aún hoy, la gente se pregunta: pero, ¿estaba allí o no?

Sí estaba, pero no se pudo certificar al 100%.

¿Y Fernando?

Poco a poco fue apartado de la investigación. La prueba es que en la primera rueda de prensa, cuando se anunció el comienzo de la investigación, Fernando fue el maestro de ceremonias. En la última rueda de prensa, la triste, estuvo al final de una fila. Callado. Los científicos se habían apropiado del descubrimiento como los científicos británicos se apropiaron del descubrimiento de los huesos de Ricardo III de Inglaterra en 2012.

Entrevisté para mi libro a Philippa Langley, una guionista de televisión que fue, como Fernando, la persona que inició la investigación sobre la tumba de Ricardo III en un aparcamiento en Leicester, y que culminó con el desenterramiento de los restos del rey católico inglés. "Al final nos patearon", me dijo Philippa. Los científicos y los políticos les dieron una patada.

Escribí el libro sobre los problemas de Fernando para hallar la tumba de Cervantes. El texto pasó por Random House, Planeta, NowTilus y varias más. Por diversos problemas de fechas, o porque no les gustaron los contenidos al final, dijeron que no y entonces lo subí a Amazon por mi cuenta.

Paseando por librerías, veo que en estos días hay mucha bibliografía en torno a Cervantes. Algunos son muy buenos. Pero ninguno narra una de las mejores investigaciones científicas e históricas de los últimos tiempos. No está en las librerías. Solo en formato digital.

Escribo esto con cierta tristeza. Tristeza por ver que Fernando, que inició esta investigación, no recibió ni un euro y quedó apartado. Y tristeza por saber que el libro que cuenta todo eso tampoco está en las estanterías.

Pero claro: si a nadie le importó durante 400 años dónde estaba Cervantes, no creo que le importe dónde estuvo enterrado y como se le encontró. La memoria histórica de este país no es cultural sino política.

Por si a alguien le interesa, este es el enlace al libro de Amazon. Pinchar aquí.

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