OPINION

Digamos la verdad: España olvidó a Cervantes pero este Lord inglés lo rescató

John Carteret
John Carteret

En 1697 se inauguró la nueva y actual iglesia de las Trinitarias de Madrid, en medio de unos fastos que reunieron a lo mejor de la Corte del reino de España. Se pronunciaron hermosos discursos, y por la noche hubo ‘fuegos y luminarias’. Pero como recuerda Astrana Marín, el mayor historiador de la vida de Cervantes, “nadie recordó que en aquel recinto venerando, y sin lápida que lo identificase, dormía su último sueño el autor”. Nadie mencionó a Cervantes.

Se había dejado de imprimir el Quijote. Ya no le interesaba a nadie.

En 1738, Lord John Carteret, ministro del rey de Inglaterra (arriba, el cuadro pintado por William Hoare), tuvo la ocurrencia de completar la colección de libros de caballerías de la reina Carolina con uno por el cual sentía una devota admiración: Don Quijote.

Como Lord Carteret era un fiel hispanista y amante de la lengua española, de su propio bolsillo salieron los fondos que permitieron acometer una lujosa edición en castellano que estaría embellecida por hermosas ilustraciones y grabados.

De modo que, gracias a una reina soñadora y a un Lord muy culto, emergieron de las imprentas del librero londinense Jacob Tonson los ejemplares en cuatro tomos del Quijote -en español- que detonaron definitivamente el interés por Cervantes en Europa.  (En la imagen de la derecha, el original).

“Fue el pistoletazo de salida de Cervantes”, dice Antonio Barnes, filólogo y profesor de Humanidades de la Universidad Internacional de la Rioja. “La gloria de Cervantes vino de fuera”.

La obra impactó en los intelectuales británicos como Fielding y Sterne, los cuales la calificaron como una novedosa modalidad de las obras épico-clásicas, comparable a las grandes obras literarias de la historia y, desde luego, una sátira contra los vicios y costumbres de la humanidad. Y todos cayeron rendidos ante la potencia simbólica de Don Quijote, el personaje.

El interés por Cervantes fue en aumento. Después de los ingleses vinieron los románticos alemanes, pues elevaron al Quijote al rango de obra inmortal.

Los hermanos Friedrich y August Wilhelm Schlegel definieron al Quijote como “modelo de novela”, y la novela, como “patrimonio de los españoles”, además de ser género literario romántico por excelencia.

Fue Friedrich quien dijo que de Cervantes “hay que haber leído, y por lo tanto traducido, o todo o nada. Su hermano August Wilhelm Schlegel proclamó que Don Quijote era “la obra perfecta del arte romántico culto”.

Fue a principios del siglo veinte cuando la obra cumbre de Cervantes tomó impulso en España y se convirtió en la médula espinal de ‘lo español’. En 1905 se celebró a lo grande el tricentenario de la publicación del Quijote, y en 1916 se aprovechó aún más el aniversario de la muerte del escritor.

Había una razón psicológica nacional: era una terapia para un país que con la caída de Cuba, sentía haber perdido su empeño universal. “Se multiplicaron las ediciones, las cabalgatas y las iniciativas ornamentales y museísticas, pues aquellas conmemoraciones cervantinas debían regenerar a la nación humillada en el desastre de 1898”, decía en El País el historiador Javier Moreno Luzón.

El Quijote se introdujo en las aulas con ediciones infantiles. “Se ordenó que las jornadas escolares comenzaran con la lectura y comentario de fragmentos de la obra”, dice Moreno, costumbre que prosiguió durante muchas décadas y hasta los exámenes de bachillerato no se podían dar por culminados sin una lectura analítica del Quijote.

En 1930 se fijó el día 23 de abril –aniversario de la muerte de Cervantes- como el Día del Libro, y en esa efemérides de 1976 se instituyó el Premio Cervantes para premiar a los mejores autores mundiales en castellano como acaba de serlo el mexicano Fernando del Paso. Posteriormente se adquirió la costumbre de leer ininterrumpidamente el Quijote el 23 de abril en el Ateneo de Madrid por personajes conocidos y gente del pueblo. Se tardan 48 horas.

Pero digamos la verdad: España olvidó a su escritor. Y lo siguió olvidando. La prueba más incontestable es que no fue hasta hace dos años que se empezaron las investigaciones para saber si su tumba estaba en el convento de las trinitarias. Como tuve el privilegio de participar de cerca en esa investigación, pude escuchar muchas veces el siguiente comentario: "¿Y qué interés tienen sus huesos?".

(Todo esto lo cuento en el libro: "Cervantes: 400 años en Objetos Perdidos")

-No te avergüences si no has leído el Quijote: he aquí la explicación

-El triste final de la investigación de la tumba de Cervantes

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