OPINION

Los horribles recuerdos del cónsul de Noruega en España: noviembre de 1936

feñix slayer
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Hace 80 años, el cónsul de Noruega en Madrid, Felix Schlayer (arriba en la foto), pidió una reunión con el delegado de Orden Público para intentar detener las llamadas sacas. Consistían en vaciar las cárceles de Madrid, y enviar a los presos a los alrededores, donde eran ejecutados.

Schlayer no había visto los fusilamientos, pero tenía constancia de que eran verdad. Pero el delegado de Orden Público, que procedía de las Juventudes Comunistas, dijo que ya se ocuparía del problema. Nunca hizo nada.

Félix Schlayer se las arregló para seguir la ruta de los camiones. Y esto es lo que pasaba cuando se detenían en Paracuellos, un pueblo que está a pocos kilómetros de Madrid.

"Los autobuses que llegaban se estacionaban arriba en la pradera. Cada 10 hombres atados entre sí, de dos en dos, eran desnudados -es decir, les robaban sus pertenencias- y enseguida les hacían bajar a la fosa, donde caían tan pronto como recibían los disparos, después de lo cual tenían que bajar los otros 10 siguientes, mientras los milicianos echaban tierra a los anteriores. No cabe duda alguna de que, con este bestial procedimiento asesino, quedaron sepultados gran número de heridos graves, que aún no estaban muertos, por más que en muchos casos les dieran el tiro de gracia".

"Me dirigí al único que estaba de guardia -un miliciano-, y dando por sabido lo ocurrido, le pregunté sin rodeos dónde habían enterrado a los hombres que fusilaron el domingo. El hombre empezó a hacerme una descripción algo complicada del camino. Le dije que sería mucho más sencillo que nos acompañara y nos enseñara el lugar; me hizo caso, se colgó el fusil y nos condujo hasta ahí. A unos 150 metros del castillo se metió en una zanja profunda y seca que iba del castillo al río, y que llaman «Caz»; era una antigua acequia. Ahí empezaba, en el fondo de dicha zanja, un montón de unos dos metros de alto de tierra recientemente removida. Lo señaló y dijo. «Aquí empieza». Reinaba un fuerte olor a putrefacción; por encima del suelo se veían desigualdades, como si emergieran miembros; en un lugar asomaban botas. No se había echado sobre los cadáveres más que una fina capa de tierra. Seguimos la zanja en dirección al río. La remoción reciente de tierra y la correspondiente elevación del nivel del fondo de la cacera tenía una longitud de unos 300 metros. ¡Se trataba, pues, de la tumba de 500 a 600 hombres!".

Todo eso lo contó Schlayer en un libro que no se tradujo al español sino en 2005: Un diplomático en el Madrid rojo. Schlayer se hizo cargo de la embajada de Noruega en España porque el embajador se hallaba de viaje cuando estalló la guerra. Slayer no era diplomático sino empresario. Las circunstancias de la historia le empujaron a hacerse cargo de la embajada como cónsul.

Pero no se limitó a ver pasar la guerra. Convirtió la embajada en un refugio para cientos de familias perseguidas en Madrid. Los milicianos intentaron varias veces violar las leyes internacionales de acogida, pero al final Schlayer logró contenerles. Salvó a muchas familias de ser asesinadas.

Entre los que no se salvaron estuvo Pedro Muñoz Seca, que era un autor teatral muy conocido. Fue fusilado en Paracuellos.

Este mes de noviembre de cumplen 80 años de aquella matanza en masa. Tras la Guerra, se pudieron exhumar más de 400 cadáveres. Pero quedan aún muchos enterrados.

El diario El Mundo hizo un reportaje-reconstrucción bastante amplio.

(Por cierto, el delegado de Orden Público que no quiso detener las matanzas era Santiago Carrillo. Puede parecer un poco demodé hablar de estas cosas, pero ya que nos empeñamos en recordar la historia y removerla con la Memoria Histórica, no hay que dejar agujeros).

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