OPINION

Cláusulas suelo: la única forma de proteger al consumidor es escribir con claridad

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El 9 de mayo de 2013 fue un gran día para la Gramática española. El Tribunal Supremo hizo pública una sentencia por la cual declaraba que las 'cláusulas suelo' de los créditos hipotecarios eran abusivas, y por lo tanto los bancos tenían que devolver el dinero cobrado hasta entonces.

Estas cláusulas funcionaban así: cuando una persona pedía un crédito hipotecario de interés variable, el banco le cobraba el tipo de interés establecido en el contrato, que solía ser el euríbor más un porcentaje adicional. Los préstamos variables son, como dice la palabra, oscilantes, de modo que cuando subía el euribor, subía el interés y el ciudadano pagaba más.

Hasta ahí todo correcto.

Pero, ¿y si el euríbor bajaba? Pues en teoría, el banco debería bajar el tipo de interés, de modo que el ciudadano se beneficiaba pagando menos dinero. Sin embargo, muchos bancos introdujeron una cláusula por la cual si el tipo de interés bajaba por debajo de, digamos, el 3,5%, se quedaba ahí. Ese era el suelo. No bajaba.

Cuando los tipos de interés llegaron a un euríbor del 5,393 en julio de 2008 nadie dijo nada, pero a partir de entonces, los tipos de interés bajaron acusadamente por la crisis y llegó un momento que se pusieron casi a cero. Todos los que tenían créditos hipotecarios notaron que su cuota mensual bajaba también. Pero algunos ciudadanos notaron que eso no les sucedía a ellos de modo que fueron al banco a preguntar, y al revisar el contrato, les dijeron que no se podía hacer porque ellos tenían cláusulas suelo.

¿Cláusulas qué? Desde entonces, esos ciudadanos, a través de organizaciones, empezaron la batalla legal para eliminar esa cláusula, aduciendo que no sabían ni lo que habían firmado.

¿Por qué pasa eso? Porque los contratos mercantiles están escritos en swahili. Los contratos, los documentos, las comunicaciones, las cartas de Hacienda, los comunicados de empresa, las instrucciones de los electrodomésticos, las informaciones de la prensa económica, las cartas al accionista, las memorias y balances, los discursos de los políticos, las leyes que aprueba el Congreso, y hasta las informaciones de los telediarios. No se entienden.

Creo que lo único que está escrito en claro español son los comunicados de las juntas de vecinos.

La famosa sentencia de 2013 achacaba la nulidad de las cláusulas por "estar enmascaradas entre informaciones abrumadoramente exhaustivas que, en definitiva, dificultan su identificación y proyectan sombras sobre lo que considerado aisladamente sería claro".

Es decir, era una información poco clara. Si el cliente hubiese entendido lo que firmaba, se habría echado para atrás.

Eso es lo que nos falta en nuestros documentos: claridad. Los bancos fallaron por su falta de claridad. No sé lo que se escondía detrás de este interés por las cláusulas (aunque lo sospecho), pero el castigo les ha venido por falta de claridad. Las cláusulas estaban mal escritas.

Muchos profesionales de nuestro país no saben distinguir alfabetización de escribir bien. Alfabetizados estamos casi todos. Pero escribir bien, lo hacen unos pocos que se esfuerzan en explicar las cosas con claridad, ya sea en la prensa, en los tribunales o en los bancos.

A todos ellos les convendría tomar cursos de escritura creativa para aprender a comunicar con claridad sus ideas. Nos gustan las personas que hablan claro, y nos encanta cuando alguien nos explica con sencillez un asunto complicado como lo agujeros negros o las probabilidades de que nos toque la Lotería. Si los contratos y las hipotecas fueran más claros, los bancos y las empresas tendrían más clientes fieles.

En un mundo y en un tiempo en que la información es abrumadora (como dice la sentencia), se valorarán cada vez más las personas que ordenen las ideas y las expliquen de forma clara. Esa es la verdadera transparencia.

(Imagen de Nayping, cortesía de freedigitalphotos.net).

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