OPINION

España bate récord de visitas... y se dirige hacia el turismo insostenible

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Este año ha pasado una cosa en Ribadesella. Los propietarios de las canoas que recorren el río Sella, y que alquilan a los turistas, están enfadados porque hay demasiadas canoas. Lo normal son 1.800 canoas. Ahora hay más de 3.500 embarcaciones navegando cada día, con lo cual aquello más que turismo fluvial, parece el desembarco de Normandía.

Cada vez hay más visitantes que se dirigen hacia Asturias, y ya se notan esos signos de turismo masivo que preocupan a los grandes centros turísticos de Europa como Venecia o incluso Barcelona.

Por ejemplo, en Salinas, una pequeña localidad costera de Asturias, se ha convertido de la noche a la mañana en una de las playas donde se celebra el Campeonato Mundial de Longboard (un tipo de surf). Pues bien, tras cuatro días de fiesta, la villa sufrió los mismos estragos que un concierto: gente orinando en la calle, defecando en los portales de los edificios, papeles, vasos y botellas por doquier, y el césped literalmente quemado.

El turismo de masas degrada a las ciudades. Y España es uno de los países que más lo está sufriendo, puesto que cada año bate el récord de entradas de turistas. Solo en el primer semestre de 2017 han entrado un 11,6% más que en el primer semestre del año pasado: 36,5 millones en seis meses. Más turistas, más degradación.

Ese es uno de los grandes desafíos de este siglo, en el cual está aumentando el número de personas con poder adquisitivo. Si se añade a eso los precios de los paquetes turísticos y, además, los alquileres por internet, se obtiene el cóctel que está convirtiendo los polos turísticos nacionales en vertederos.

Los alcaldes tienen en su mano el poder de detener esta degradación, incluso a costa de sacrificar la riqueza. Los hoteleros y los restauradores quieren habitaciones llenas y mesas llenas. Eso trae riqueza y puestos de trabajo, sin duda. Pero hay que encontrar el justo medio para que se cree trabajo y riqueza, sin entregar las ciudades turísticas a la erosión del visitante irracional con chancletas.

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