OPINION

Un estudio del MIT afirma que algunos biocombustibles pueden emitir hasta 55 veces más CO2 que los combustibles fósiles

biofuel
biofuel

En 2008 Virgin Atlantic se convirtió en la primera aerolínea comercial en volar un avión impulsado por una mezcla de biocombustible y petróleo. Desde entonces, muchas otras compañías han hecho vuelos de prueba con biocombustibles, siendo Lufthansa la que encabeza una carrera para ser la primera aerolínea en hacer vuelos diarios con una mezcla de biocombustible.

Sin embargo, un equipo del Massachusetts Institute of Technology (MIT) acaba de poner una buena zancadilla en esa competición, al publicar un informe que muestra que el uso de biocombustible para aviación, y también para el resto de transportes, podría ser un soberano error, al no ser desde luego la opción más ecológica que tanto se pregona.

Este interesante estudio del MIT, financiado por la Administración Federal de Aviación norteamericana, demuestra que los biocombustibles pueden, en algunas circunstancias, generar de media 10 veces más dióxido de carbono que los combustibles fósiles, dependiendo de cómo se producen.

El estudio incluyó un profundo análisis 14 fuentes de biocombustibles, tanto para automoción como para aviación. Se calcularon las emisiones en todo el ciclo vida de estos biocombustibles, incluyendo el coste ambiental de cultivarlo, transportarlo y convertirlo, así como su posterior combustión.

Lo que encontraron fue que las tecnologías que parecen muy prometedores también podría dar lugar a emisiones de carbono muy altas si su procesamiento se hace mal.

Lo firma James Hileman, ingeniero principal de investigación en el Departamento de Aeronáutica y Astronáutica del MIT, que está seguro que uno no puede decir simplemente que un biocombustible es bueno o malo, si no se analiza cómo se producen y transforman, una parte muy importante del debate antaño olvidada y que hoy en día es primordial.

En particular, el equipo encontró que las emisiones varía ampliamente dependiendo del tipo de tierra dedicadas al cultivo de los componentes de los biocombustibles, como la soja, la palma y la colza.

Por ejemplo, los biocombustibles derivados de aceite de palma emiten 55 veces más dióxido de carbono si el aceite de palma proviene de una plantación ubicada en un bosque convertido.

Dependiendo del tipo de tierra utilizado, en última instancia, el informe concluye que los biocombustibles pueden emitir de media 10 veces más dióxido de carbono que los combustibles convencionales.

El reto, según el MIT, radica en la búsqueda de grandes extensiones de tierra que no tengan uso, para cultivar biomasa suficiente de manera sostenible para alimentar la demanda de biocombustibles. Una solución podría ser la de explorar los cultivos como las algas y la salicornia (una planta que crece en la arena de la playa), que no requiere la tala de árboles o tierra fértil para crecer.

Este análisis no brilla con ninguna buena luz sobre la industria de los biocombustibles, ya que plantea la posibilidad que cualquier alteración en el ciclo de las cosechas de biocombustibles podría llevar a enormes diferencias en el resultado neto de carbono de la Tierra. Y es que el problema no es tanto la tecnología para convertir los biocombustibles, que ya existe, sino la forma de cultivarlos.

La idea general es que debemos cultivar biocombustibles en tierras que no tienen ningún otro uso. Y encontrar las plantas adecuadas que crecen mejor en esos lugares, en aras de no perturbar el ecosistema ya tan frágil en que vivimos.

Las emisiones totales de la producción de biocombustibles también pueden ser mitigadas por los subproductos de su fabricación. Y esto no se tiene en cuenta.

Por ejemplo, el proceso de conversión del aceite de jatropha para biocombustible (cuyo cultivo se ha disparado este año al descubrirse sus posibilidades) también produce un rendimientos de la biomasa sólida: por cada kilogramo de aceite de jatropha se producen 0,8 kilogramos de harina, 1,1 kilos de conchas y 1.7 kilogramos de hojas. Estos coproductos podrían ser utilizados para producir electricidad, para la alimentación animal o como fertilizante, restando en la factura de CO2.

Hileman afirma que la jatropha es un gran ejemplo de cómo los coproductos pueden tener un gran impacto en las emisiones de dióxido de carbono de un combustible y concluye que su análisis, publicado en el Journal of Environmental Science and Technology, debería ser una lente a través del cual los políticos puedan ver la producción de biocombustibles con la suficiente claridad para determinar su valía ecológica real.

El informe, aquí

Fuente: MIT

Mostrar comentarios