OPINION

Las “torres de Luna”, el disparatado intento de abolir la noche en las ciudades norteamericanas del siglo XIX

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Torre de Luz en Nueva Orleans, 1886.

Si existe una patología opuesta a la tecnofobia ésta es el tecnoentusiasmo: abrazar cualquier novedad tecnológica con la fe del converso sólo porque es eso: nueva. Mientras el ludita desprecia cualquier innovación porque desconfía del progreso, el tecnoentusiasta no duda en llevar a cabo cualquier propósito, por absurdo que sea, sólo porque es técnicamente posible.

Un buen ejemplo de esta miopía se dio en los albores de las redes eléctricas, a finales del siglo XIX, cuando las ciudades de Europa y Estados Unidos sustituyeron las lámparas de gas que iluminaban exiguamente sus calles por farolas eléctricas. La fascinación ante la recién conquistada luz nocturna encendió una obtusa bombillita en la mente de ciudadanos y gobernantes: si la oscuridad era el pasado, el progreso debe significar la derrota de la noche, la abolición de lo umbrío.

En varias ciudades norteamericanas se instalaron por aquella época “torres de Luna llena”, unas gigantescas estructuras coronadas con potentes focos que, literalmente, iluminaban la ciudad por la noche como si la Luna llena brillara eternamente sobre sus cielos. La historia de esta “innovación” y sus consecuencias está narrada en Slate por Megan Garber en el delicioso artículo “Tower of Light”.

La primera ciudad en tener su “torre de luz” parecía predestinada desde su fundación: Aurora (Illinois). El ayuntamiento contrató a Charles Francis Brush, competidor de Edison en la carrera para electrificar EEUU, para instalar seis torres coronadas por entre 4 y 6 lámparas de arco, cada una capaz de emitir entre 2.000 y 6.000 candelas de potencia (el equivalente a 150 fluorescentes de 40 watios).

El efecto de aquellas torres, que estaban encendidas toda la noche (por aquel entonces no existían aún conceptos como “despilfarro energético” o “conciencia ecológica”), “bañando los campos de alrededor y las afueras de la ciudad con algo parecido a una luna llena de verano”, según un testigo de la época. “La noche dejó de ser noche, y la alegría llegó a la ciudad”, escribe Garber.

Pero los vecinos no tardaron en encontrar las desventajas a la Luna llena artificial. Las torres de Aurora salían de un foco e, inevitablemente, creaban sombras y zonas de penumbra que desorientaban a los vecinos. Para evitar las sombras, se instalaron más torres. Entonces no fueron las personas sino los animales de las granjas los que empezaron a morir exhaustos por la privación de sueño.

Torre de Luna tras el ayuntamiento de Detroit, a principios del siglo XX.

La única gran ciudad que implementó la “torre de Luna” fue Detroit, cuyo municipio contrató en 1882 a la Brush Company para instalar nada menos que 70 torres de luz de más de 50 metros de alto para sumir a la ciudad en un perpetuo día. La empresa se comprometió a instalar las torres gratuitamente, en un intento de convertir Detroit en “la ciudad mejor iluminada del mundo”.

Muchos vecinos de Detroit fueron reacios a la idea de la Luna artificial desde el principio. Algunos se quejaron de las feas estructuras y las caóticas redes de postes y cables que atravesaban la ciudad. Otros se quejaban de la “desorientación y la confusión” que sufrían en las noches y de los accidentes que, inevitablemente, se produjeron.

Finalmente, los costes humanos y económicos de las torres superaron con mucho sus supuestas ventajas. Un periódico de la ciudad declaró el proyecto de luz celestial artificial como “un sonoro fracaso” y las torres emigraron a tierras sureñas, en busca de nuevos incautos dispuestos a abrazar el eterno día como sinónimo de Futuro.

Austin, Texas, instaló 31 torres de luz en 1894, 17 de las cuales aún sobreviven, apagadas eso sí, por el bien del descanso de los vecinos.

Artículo original en Slate.

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